Carlos Rodríguez Braun
Imprimir el dinero
Hace muchos años, el economista canadiense Harry Johnson fue invitado a impartir una conferencia en el Banco de España. Mientras recorría las imponentes escalinatas, fascinado por su lujo, Johnson exclamó: «¡Ahora me doy cuenta de quién imprime el dinero en este país!». En efecto, el copiosamente rentable monopolio de la emisión de dinero fue el origen de los bancos centrales, un monopolio concedido por el poder político a cambio de (¿no lo adivina usted?) fondos para las habitualmente exhaustas arcas públicas.
Y así se escribió la historia de la banca central, una historia de incursiones crecientes del poder político sobre la moneda y las finanzas, que finalmente acabó con cualquier cosa que se pareciera al capitalismo y al mercado en el mundo del dinero, cuya propiedad pasó a ser plenamente pública, y cuyo control quedó en manos de organismos totalmente públicos: los bancos centrales. Dos acontecimientos notables se sucedieron, uno en todo el mundo, y otro en Europa.
En todo el mundo sucedió que los bancos centrales, cuya política monetaria es la principal responsable del inflado de las burbujas y las consiguientes crisis, una y otra vez consiguieron ponerse de perfil y ser vistos como los que rescatan a las economías de las catástrofes. El segundo acontecimiento fue el último gran invento de los políticos en la moneda: el euro.
Una criatura tan política como siempre ha sido el dinero desde que hay memoria, el euro comportó la desaparición de las monedas locales, con lo cual los bancos centrales, como el Banco de España, dejaron de ser «bancos emisores», puesto que pasó a haber uno solo: el Banco Central Europeo. Los antiguos bancos centrales participan en el BCE, y en el señoreaje del euro, pero el poder ahora se reparte entre varios, por un lado, y se concentra, por otro.
El movimiento centrípeto característico de la política europea dio un gran salto con el BCE, y todo indica que seguirá dando otros, como se observa en las nuevas labores previstas para la institución en el ámbito de la supervisión bancaria, y por supuesto, en los clamores en pro de una política fiscal europea como imprescindible contrapartida de su política monetaria.