Alfonso Ussía

Inconvenientes de Rey

La Razón
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A finales del decenio de los setenta, en una tertulia en La Moraleja, Don Juan se atrevió a reconocer alguna de las ventajas que tenía por no ser el Rey. «Por ejemplo, no tengo el deber de estrechar la mano a Santiago Carrillo». «De acuerdo –le comenté–, pero si en un acto oficial cualquiera se lo presentan, estaría obligado por cortesía institucional a saludarlo». «Sí, pero intentaría evitar el encuentro. Además, a Carrillo tampoco le haría ilusión saludarme a mí». Carrillo odiaba a Don Juan y Don Juan le correspondía con una repulsión insuperable. «Todavía le queda sangre de españoles inocentes en las manos». Eso sí, le reconocía su acierto de domar al comunismo en la transición. «Fraga ha convencido a los franquistas y Carrillo a los comunistas. Con unos u otros en contra, la transición a la democracia no se habría producido con tanta normalidad».

Mi vida diaria se reduce a leer, escribir, y de cuando en cuando comer con mis amigos. Con mis amigos de verdad, los elegidos, los que quedan. Y claro, estar con mi familia las horas que me regalen. Me encantaba viajar, y estoy harto de hacerlo. Conozco Europa, América y África, me aburre Asia y no tengo prevista en mi agenda visita alguna a Oceanía. Nuestra América me apasiona. Y además de una lección permanente de cortesía y buena educación, América es la vacuna contra los aldeanismos que padecemos en España.

Para conocer España y sentirse orgulloso de ser español hay que viajar a América. Y si es navegando el Atlántico, mejor. Yo lo hice en una de las expediciones de Miguel De la Quadra-Salcedo compartiendo con Antonio Burgos la responsabilidad de hablar a los expedicionarios de Literatura. De Lisboa a la isla de Guadalupe, y de ahí, bordeando el rosario de las islas del Caribe, a Puerto Rico.

A punto estuvimos de no embarcar por mi culpa. Al taxista que nos recogió en el aeropuerto le indiqué que nos llevara a «O porto», al puerto de Lisboa, y lógicamente tomó la autopista de Oporto hasta que Antonio Burgos rectificó el mandato: «No a “o porto”, a “estaçao marítima”». Y llegamos a tiempo.

Me he ido por los cerros de Úbeda. El caso es que he recordado las ventajas de no ser Rey de Don Juan cuando he visto las fotografías del encuentro del Rey Felipe con Puchdamón, la Forcadell y la Colau en la cena de inauguración del «Mobile World Congress» de Barcelona. La obligación de cenar, sonreír e intentar un acercamiento anímico con tres personas tan groseramente enemigas es una cabronada como la copa de un pino. Como si yo tuviera la obligación de cenar con Guillermo Zapata, Wyoming y Jorge Verstrynge ancas de rana en uno cualquiera de los veinte pisos del cómico comunista citado en segundo lugar. Desagradable a más no poder. Pero el Rey está obligado a sentarse, charlar y mantenerse en su sitio con ese tipo de gente, lo cual es admirable. El Rey lo es de todos los españoles, incluidos los que no quieren serlo y para no serlo llevan años intentando humillar a la Corona en su territorio autonómico. Se han propuesto eliminar toda huella de la Corona española en Barcelona, lo cual resulta imposible. Tendrían que volarla y construirla de nuevo. Como aquella batasuna que pidió en un pleno del Ayuntamiento de San Sebastián la eliminación de todo vestigio de la Monarquía española. Es decir, del barrio de Ondarreta, del Palacio Real de Miramar, del Tenis, del Náutico, del Acuario, de la Real Sociedad de San Sebastián, del Teatro Victoria Eugenia y del Hotel María Cristina, entre otras minucias. O la obsesión de los estrictos intérpretes de la llamada Ley de la Memoria Histórica, que obliga a eliminar todos los recuerdos y obras del régimen anterior, y no han reparado en la clase media, la Seguridad Social y los pantanos que nos dan de beber, que son realizaciones del franquismo. Pero en fin, lo que nos ocupa y nos preocupa es la obligación del Rey de tratar con esmerada educación y deferencia a quienes le demuestran su paleto desafecto, y llego a la conclusión de que no ser Rey de España es mucho más agradable que serlo.