Martín Prieto

Independentismo de hormiga

Cuando hace años trombas de agua asolaron Vizcaya y Guipúzcoa la síntesis del genial Mingote dio en una viñeta en la que un guardia civil con tricornio y la riada hasta la cintura llevaba a hombros a un corpulento vasco con txapela. Sobraba el texto. Tiempos en que ETA asesinaba, secuestraba y extorsionaba, y no acudió al País Vasco la Unidad Militar de Emergencia porque aún no había sido creada. Bildu, el cordero etarra, con la aquiescencia del PNV, ya ha pedido la retirada de las Fuerzas Armadas del territorio vasco como si fuera una tropa de ocupación, y ahora el lendakari Urkullu considera que la Guardia Civil y la Policía Nacional le son «ajenas». Sobre la mesa negociadora de las transferencias autonómicas yace candente la entrega al Gobierno vasco de las prisiones estatales. Con un ojo puesto en lo que ocurre en Cataluña, en Ajuria Enea practican un contrabando independentista de hormiga en el que paso a paso, silentemente, van construyendo una identidad nacional soberana desestructurando el armazón del Estado español. El despliegue de las Fuerzas Armadas y de Seguridad es nacional al contrario que la Ertzaintza (fundada y formada por un oficial español) que sólo tiene jurisdicción en las tres provincias autónomas. La Armada defiende a los pescadores vascos cuando son boicoteados por los franceses en el Golfo de Vizcaya y Guardia Civil con Policía Nacional resultan imprescindibles no para combatir la ETA (que lo son) sino para contingencias que superan a la policía vasca. Tal cesión de soberanía sobre una esquina de la nación solo sería superada por la concentración de presos etarras en cárceles vascas y la entrega de su administración al Gobierno autónomo. Si así fuera, el sanguinario Bolinaga no necesitaría de jueces y forenses para pasear su oncología «terminal» tomando potes por las tabernas de su pueblo: como don Juan March en la II República habría salido de su penitenciaría en el coche del director del centro y haciendo éste de chófer servicial.