Marta Robles
Juzgados
Diana Quer sigue sin aparecer. Pero no es el único caso. En España se cuentan 18.000 denuncias de desapariciones cada año, aunque muy pocas trasciendan a los medios. Sólo lo hacen las que protagonizan mujeres jóvenes, atractivas y con dinero. Si su desaparición se produce, además, en un agosto donde las noticias escasean, bingo: la historia tiene todos los ingredientes para empezar a ocupar portadas, en las que jamás se mencionará a otros desaparecidos. Que se le preste atención justo a tales sucesos no asegura que se vayan a resolver. Y menos aún que no acaben encontrando el casi esperado trágico final. Pero sí, que la gente se lo pasará pipa descubriendo que los ricos también lloran y que tras las puertas de sus casas pudientes también se esconde mucha porquería. Porque el hecho de que estos casos se vuelvan mediáticos conlleva, de forma inevitable, que tanto los periodistas como el público acabemos conociendo hasta el último y miserable detalle, no sólo de la desaparecida, sino de toda su familia. El caso de Diana Quer es paradigmático. En poco tiempo nos hemos vuelto expertos en su físico, en la ropa que llevaba aquel día, en las problemáticas relaciones de sus padres, en el carácter de su hermana. Según van avanzando los días ya no se sabe si preocupa más que Diana se fuera por voluntad propia o a la fuerza, o que sus padres se llevaran tan mal como para que se pueda sospechar de la existencia de malos tratos y de conductas adictivas. Al final, por desgracia, en estos procesos largos y dolorosos, donde pocas veces se encuentra a los delincuentes, los que quedan juzgados son quienes rodean a las víctimas.
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