José Antonio Álvarez Gundín
La beca, para quien la trabaja
Admitamos que el ministro Wert no es el chico más popular de la clase, que incluso tiene un aire de repelente niño Vicente poco recomendable a la hora del recreo. De hecho, algunos dirigentes populares están esperando a que Rajoy se dé la vuelta para ajustarle en el patio algunas cuentas. Y sin embargo, Wert tiene razón al elevar el listón académico para recibir una beca. En concreto, propone que la nota media para ser becado sea de un 6,5, en vez del 5,5 actual. No parece que el ministro requiera del universitario un esfuerzo sobrehumano capaz de causarle una apoplejía. Todo lo que reclama es un aprobado alto, ni siquiera un notable. Pero como la izquierda, CiU y ciertos barones del PP se han lanzado a su yugular con hambre atrasada, es de temer que el duro, el implacable y el sacamantecas al que ha sido reducido Wert por sus adversarios, acabe reculando. Sería una lástima.
Un país que debe casi un billón de euros está obligado a sopesar con mucho tiento hasta el último céntimo de sus arcas, porque de lo contrario no podrá devolver los créditos, quebrará y se hundirá en la miseria. El despilfarro de hoy será la ruina de mañana. Las becas no son ningún despilfarro, sino una necesidad social de primer orden. Tampoco son un gasto, sino una inversión de futuro en lo más valioso de una nación: sus jóvenes. Por esa misma razón deben concederse con rigor, con responsabilidad y con equidad. Es obligado sostener económicamente al estudiante no sólo porque carezca de medios suficientes, sino porque además trabaje duro y coseche unos resultados académicos irreprochables. Las becas no pueden ser el refugio de los mediocres, ni el pienso de los parásitos, ni el alpiste de los vagos, sino un acto de justicia que exige reciprocidad: de la sociedad hacia el alumno que necesita apoyo y del alumno hacia la sociedad ante la cual debe justificar que el dinero del contribuyente no ha sido malversado. Toda beca es un contrato de lealtad y de solidaridad mutua que ninguna de las partes está autorizada a romper. El estudiante tiene derecho a conquistar el futuro, sin que la falta de dinero sea un obstáculo, y la sociedad tiene derecho a reclamar el fruto de su inversión. La beca es como la tierra: para quien la trabaja. Según sea la calidad intelectual y el rendimiento del estudiante, así será la España del futuro. Puede ser una sociedad resignada al aprobado raspado o puede ser un país con ambición de notable. A lo primero es a lo que aspira la izquierda. Pero no parece que ninguna universidad logre así entrar en el ranking de las 200 mejores del mundo; serán, sencillamente, universidades de 5,5 de media.
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