Barcelona

La convivencia como política

La Revelación ocurrió en Palestina en un momento de depresión moral y política, con un contrapunto de expectativa mesiánica y un ambiente paroxístico por el gobierno de un romano en Judea y un idumeo en Galilea. A partir de entonces la convivencia política constituye un océano sin fondo, carente de límites, con escasos puertos para repostar ideas capaces de convertir las condiciones adversas en favorables, beneficiosas para la comunidad política. Si la utopía naufraga o se quema la estructura inconsistente, sin que ocurra un definitivo hundimiento, sólo cabe sustituir la nave, recuperar su ordenamiento o introducir un cambio racionalizando la estructura, asumiendo el riesgo de la libertad y la grave responsabilidad de recuperar la confianza de la opinión pública, a costa de las reformas imprescindibles para evitar la violencia como solución política, y seguir un rumbo racional en línea de perfección. Lo contrario sería hacer lo mejor en cada circunstancia, como hacen las ideologías, para recuperar el timón del momento pasado en crisis.

En el terreno de la filosofía política del siglo XX, el pensamiento de Michael Oakeshott (1901-1992) penetra intelectualmente en el mundo de la experiencia política contemporánea poniéndola en relación con la conducta humana y tratando de mostrar la diferencia entre la racionalidad científica, característica del mundo político conservador, y lo que considera antagónica, la línea «cambiante del liberalismo». Entre ambas existe inmediatez desde el año cero de la historia. Sin embargo, Oakeshott propone una construcción arquitectónica entre ambas, mediante una correlación de entendimiento común.

El mundo de la política es, además de oceánico, un teatro con escenario distinto en cada momento histórico, con protagonistas que se consideran intérpretes de la convivencia, pero según su propia formación, su integración con el sentido del bien público y su proporcionalidad programática con el grupo político del que forma parte y con la ideología que este mantenga. Los mitos políticos continúan, por otra parte, ejerciendo una importante influencia movilizadora en la historia, como estudió magistralmente García-Pelayo, interesado de modo particular en los diversos aspectos del poder y sus implicaciones jurídicas, de manera que el mito está siempre a punto de irrumpir como impulso movilizador de la actividad política. Atiéndase con atención la logomítica, nueva ciencia estudiada a fondo por el monje de la abadía de Montserrat y Doctor en Teología por la universidad de Tubinga Lluis Duch en su libro «Mito, interpretación y cultura. Aproximación logomítica» (Barcelona, Herder, 1998).

Es importante en la sociedad política el impulso hacia el poder. Pero sobre todo es decisivo diferenciar tal impulso, como parece obligado racionalmente –pero no ideológicamente–, de lo que es propiamente deber de gobierno. Aquí radican las instancias del poder sin responsabilidad categorial de gobierno, incluso con tendencia a tomar posesión indefinida del poder. A su vez, el tiempo crítico de ejercicio de poder depende del grado de formación de la sociedad, muy particularmente de la formación cultural que permita un modo de pensar libre de prejuicios y consignas. Es evidente la importancia del grado de adhesión de la población en su conjunto a los distintos grados de tendencias políticas. También es de total evidencia la dificultad de conseguir una opinión pública que pueda considerarse capacitada para ejercer la elección mediante el voto a quien, con absoluta garantía, pueda considerarse el más idóneo para el ejercicio del gobierno. Ello por la permanente exposición a la descomunal y bien dirigida arma de la propaganda, en la que se detectan verdaderos maestros en algunos de los movimientos de ideología política. Además, los nuevos instrumentos tecnológicos y las nuevas disciplinas como la psicología social y el ansia de liberación, por otra parte difícil de saber en qué consiste en realidad. El manejo a distancia mediante inducciones psicológicas se ha convertido en un medio conveniente para conseguir objetivos políticos, bien para desprestigiar la vigencia de las instituciones, o corromper el prestigio de líderes antagónicos e impedir la fluencia de los gobiernos desde un pensamiento distinto al de su ideología política, con olvido de los intereses generales para ocuparse sólo de los suyos particulares o de grupo.

El antagonismo político, por desgracia, genera un ambiente acerado de pasiones destructivas muy frecuentes en toda la historia contemporánea, tanto en el plano de las relaciones individuales como en la de los grupos y conjuntos. Cada vez más, las relaciones individuales están desapareciendo, por lo que los teóricos de la sociedad civil claman por su implantación, como Michael Wolzer en su «Civil Society Argument», que estima con otros autores que la sociedad civil está constituida por organizaciones espontáneas como Iglesias, Familias, Empresas, Asociaciones de vecinos y benéficas donde se aprenden las virtudes del compromiso mutuo.

Resulta inadmisible que, bajo socaire de la pretensa «libertad de información», se produzcan desviaciones relativistas en la moral, la cultura y la política.