José María Marco
La España bipartidista (a pesar de todo)
La España que dibujan los resultados de estas nuevas elecciones es muy distinto del que muchos habían previsto. No se cumplen las expectativas de «sorpasso» por la izquierda, y la alternativa «centrista» al Partido Popular no se consolida, e incluso emprende una senda dudosa. A falta de confirmación, se diría que los electores de Ciudadanos vuelven al PP y sin duda alguna el PSOE no se hunde ante la acometida de los nacional populistas con su apéndice comunista. Están muy lejos de solucionarse los problemas que han surgido en estos años, y muy en particular, el problema político que plantearon las elecciones de diciembre. Ahora bien, a pesar de eso, la pesadilla que parecía materializarse en las últimas semanas ha empezado a despejarse. Durante unos días, todo parecía posible. Estábamos a las puertas de una nueva era que cambiaría las bases del sistema constitucional español y de la convivencia entre españoles.
Quizá el gigantesco error que los ingleses han cometido con el Brexit ha contribuido a encauzar las cosas. O bien los españoles se han dado cuenta de que la Monarquía parlamentaria, el Estado del Bienestar y la integración en la Unión Europea constituyen la base de un modo de vida de una calidad extraordinaria, como nunca los españoles hemos conocido en ningún otro momento. Sea lo que sea, el derrumbamiento inminente del sistema ha dejado paso a una nueva realidad, que es ni más ni menos, que la resistencia del bipartidismo.
Los dos partidos clásicos que han gobernado la democracia española han sobrevivido a los cambios ocurridos a raíz de la crisis. Siguen siendo la clave de la gobernación de nuestro país. Los electores han decidido volver a otorgarles su confianza, lo que es un desmentido de fondo a cualquier veleidad antisistema y regeneracionista, tal como se ha entendido este palabro. Lo nuevo no ha expulsado a lo previo, y lo previo no ha pasado a ser viejo. La advertencia de los electores es inequívoca. No queremos una nueva España ni una nueva «matria», ni un nuevo sistema en el que la democracia liberal resulte demolida por las pulsiones chavistas.
Es verdad que existen otros dos partidos, pero éstos quedan como subordinados a los dos grandes. Compiten en otra liga, como se suele decir. Es posible, claro está, que el PSOE, llegados a este punto, decida seguir con su juego suicida de negarse a sí mismo lo que se deduce de este resultado, que es la necesidad de traducir el bipartidismo en una gran alianza –la famosa gran coalición– que permita estabilizar el sistema, sacar a nuestro país de la crisis y convertirlo en uno de los socios fundamentales de la Unión Europea. Sería grotesco, porque ni él mismo se ha derrumbado, ni el PP ha seguido perdiendo. Al contrario, el PP gana en muchas provincias, lo que, en una democracia consolidada como la nuestra, le debería abrir la puerta del gobierno.
La resistencia del bipartidismo obliga a una nueva forma de entender la política, que no pasa por la sustitución de las antiguas fuerzas sino por los pactos como hasta ahora no se han hecho (a pesar del Partido Popular, todo hay que decirlo). Lo nuevo –y lo necesario– son los pactos entre los dos grandes partidos nacionales. Es lo que han dejado claro los ciudadanos con este su segundo voto. Demuestra una madurez excepcional (en particular, en vista de lo ocurrido en las últimas semanas en Italia y en Gran Bretaña) y una percepción muy sólida y clara de lo que es una democracia. Los españoles no quieren juegos ni riesgos estúpidos. Saben que tienen mucho que perder. Y quieren que sus partidos políticos sean los agentes de la estabilidad, que es lo único que hace posible la prosperidad.
El Partido Popular –con mayoría absoluta en el Senado– ha ganado las elecciones con un resultado que, visto desde la situación de la que veníamos y la percepción más difundida, es un gran éxito. El partido que ha sacado a nuestro país de la crisis –teniendo enfrente a todos los demás– acaba de ganar las elecciones, como ya había ocurrido el 20-D, y remontando los resultados obtenidos entonces. Nadie con un mínimo de racionalidad democrática puede pensar en que se puede gobernar España sin el PP. Al Partido Popular le corresponde tomar la iniciativa para formar gobierno. A los demás partidos, en particular al PSOE, les corresponde entender que tienen que rectificar su obcecación por echar al PP del poder. No hay ninguna razón para empeñarse en seguir siendo un partido antisistema. Los ciudadanos españoles acaban de demostrar su lealtad a las instituciones surgidas de la Transición. También han dejado claro que tienen una posición crítica en contra de lo realizado –es decir, de lo destruido– en este tiempo por los nacionalpopulistas. Lo lógico sería que el PSOE retirara de inmediato su apoyo a los antisistema e iniciara las reformas internas que le lleven de una vez a la madurez, la misma que ha demostrado la población de nuestro país.
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