Alfonso Merlos
La famiglia unida
Pere y Josep. Josep y Pere. ¡Les ha tocado! Son los últimos señalados, injustamente llamados por los tribunales nacionales tras el montaje orquestado desde hace tres años por el arbitrario Estado español, la maligna Guardia Civil y un muy taimado equipo de peligrosísimos confidentes para ponerlos contra las cuerdas, para acusarlos de un catálogo de delitos inventados.
¡La fábula de los Pujol! Explicaciones, cero. Creíbles, menos uno. Hay tantas posibilidades de que se salven de este complejísimo proceso como de que este fin de semana caiga un meteorito en la carretera de Sarriá, o sobre la sede de algún banco andorrano. ¡Qué se le va a hacer! La investigación es tan consistente, minuciosa, escandalosa, como pobres los argumentos de los vástagos del viejo patriarca. Por supuesto, ellos no saben nada de esa trama de empresas pantallas y testaferros a través de la que orquestaban su orgía de avaricia, su festival de engaños, su repertorio de actuaciones ilegales siguiendo, de acuerdo con la Fiscalía, todos los métodos posibles.
En efecto, ante una red destinada al blanqueo de capitales de semejantes dimensiones, la reacción unánime –dejemos a un lado a las autistas huestes separatistas– sólo puede ser de asco. La corrupción en estado puro. El tráfico de influencias a gran escala. La prostitución de los nobles fines de la política y los igualmente altos del mundo de la empresa.
Pero no estamos ante un grupo de negociantes inspirados por la confianza que dan los lazos de sangre. Al contrario. Nos situamos ante una banda de naturaleza criminal cuyos depósitos y cuentas nada tenían que ver en su origen con la herencia del abuelito Florenci. Más bien con la práctica de la opacidad, el saqueo, el atraco de cuello blanco. El vómito.
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