Alfonso Ussía

La farsa progre

Leo en el norte y me divierto con la jugosa columna de Miguel Temprano dedicada a Bardem y esposa. Nunca mejor escrito que, de acuerdo con su manera de pasar por las cosas de este mundo, sus vidas protagonizan una farsa. La farsa progre. Creo que es justo que personas pertenecientes a la izquierda radical, en contraprestación a sus labores profesionales, puedan ganar millones de euros. Pero no a veces concuerdan justicia y coherencia. Cuando se tiene un «Mercedes» de altísima gama conducido por un chófer no resulta «de izquierdas» viajar en la parte trasera del costoso vehículo con el uniforme negro y sucio de los progres. Lo narraba Pierre Daninos. Un nuevo rico parisino visita la casa Rolls-Royce en Londres con el fin de adquirir el modelo más caro. Se decanta por una maravilla de la técnica pintada de blanco. Quiere pagarlo y llevárselo puesto. El vendedor se lo impide. –Lo siento, señor, pero usted no puede poseer un Rolls en la actualidad–; –¿cuánto tiempo tengo que esperar?–; eso depende de usted. Cuando se vista mejor–.

Bardem es comunista, pero tiene una casa en «La Finca», la urbanización más elitista económicamente de los alrededores de Madrid. Bardem es ferviente admirador de los Castro y su Cuba hambrienta, pero come y cena –es libre de hacerlo– en los restaurantes más caros de la capital de España. Bardem es republicano, pero su fortuna la ha amasado gracias a la libertad que le ha regalado la Monarquía. Bardem es pro palestino y pro saharaui, pero su primer hijo nació en el más exclusivo hospital de Los Ángeles de capital judío. No hay coherencia en Bardem. Bardem deplora las guerras , pero no todas. La violencia sólo es criticable si proviene de los Estados Unidos –su hogar–, y no interesa si nace en regímenes dictatoriales de izquierdas. Abomina de las democracias y adora las dictaduras comunistas. No por ajustarse un turbante azul en una efímera visita al Sáhara se arregla el problema de los saharauis, pero Bardem así lo cree. Así que llega el coche de lujo de Bardem conducido por su chófer, y él desciende con unos vaqueros rotos y una chupa de cuero negro, y la gente, arrebolada, comenta con frenesí: «Me encanta la gente de izquierdas». Pues tararí que te vi.

Una vez al año, quizá en un par de ocasiones, Bardem purifica su cinismo ideológico asistiendo a una manifestación convocada con cualquier excusa por el entusiasta rojerío. Y ese rojerío obrero, macho y en paro, de sudor desbocado y caja de cerillas en los suburbios, le aplaude feliz y encantado. No abandona la manifestación en el «Mercedes» con chófer, porque no es tan tonto. Pero llega hasta el lugar acordado, se sube a la parte trasera, se quita la gorrilla sindicalista, hace un burruño con la grimpolita republicana y le ordena al mecánico: «A casa». Allí, en «La Finca» le aguarda su encantadora esposa que le besa apasionadamente mientras le dice con su voz aterciopelada –advierto que se trata de una ironía–, cualquier tontería de las que se dicen cuando se tiene un marido comunista que viene de una manifestación al reencuentro del lujo. «Pe, nos vamos mañana a Los Ángeles. Esto no hay quien lo aguante». Y tienen la suerte de que pueden irse. Allí, a los malvados Estados Unidos, vertedero de los ideales, cloaca del capitalismo, su casa, su fuente de ingresos, su edén no reconocido.

Bardem y su familia votan a Llamazares, lo cual demuestra que también pueden tener sentido del humor a pesar de su dogmatismo estalinista. Pero el votado es más consecuente que los votantes, porque Llamazares, cuando precisa de un descanso a la orilla del mar, se larga a su Asturias natal o a su Cuba del alma, donde le hacen precio en los mejores hoteles de la isla, apartados de las cárceles en las que se pudren por delitos de opinión los cubanos «antirrevolucionarios», esos que jamás tendrán la dicha de ser defendidos por Bardem.

En España, lo del «Mercedes» de alta gama con chófer es arma de doble filo. No obstante, y en beneficio de la estética, de su propia estética, me atrevo a recomendar a Bardem que cuide con más esmero su apariencia de «progre», ya muy gastada, ya muy vista, ya de impacto exclusivamente estúpido. Vístase de lo que es. De millonario de derechas. Que no es malo, Bardem, que no es malo. Es simplemente coherente.

«A casa». «Lo que usted ordene, señor».