Restringido

La fuerza de nuestras sociedades

La Razón
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La canciller alemana Ángela Merkel ha encontrado en el fenómeno de la inmigración uno de los temas más complicados y conflictivos de su mandato, hasta el punto de condicionar el apoyo dentro de su propia coalición, especialmente desde los socios de la CSU que gobiernan en algunos Länder, que se están viendo superados por la llegada masiva de personas que desbordan su capacidad de acogida, provocando el rechazo de la población local y altercados de orden público.

La migración es un fenómeno consustancial a la historia de la humanidad, y ha estado presente en todas las épocas, adaptada a las circunstancias que la propiciaban en cada momento. Gracias a ella millones de personas han podido mejorar sus condiciones de vida, ayudar a forjar grandes países y favorecer el intercambio de culturas y de conocimientos. Ha tenido por tanto muchos efectos positivos.

Sin embargo, no podemos ni debemos ocultar que como todo fenómeno social puede llevar aparejado efectos negativos como son las migraciones forzosas por guerras, persecuciones religiosas, trata de seres humanos... detrás de los cuales se esconden organizaciones terroristas, criminales... que buscan lograr sus objetivos a través de ella.

Siendo la migración un fenómeno internacional de alcance mundial, exige una política conjunta por parte de los países de acogida, así como la cooperación entre ellos, la participación activa de organismos internacionales, y la existencia de unos principios básicos que permitan que sea un fenómeno enriquecedor para los que emigran y para quienes les acogen, y que no se convierta en un foco de problemas para ambos. Y creo que dentro de estos principios hay algunos que deben estar presentes en todo caso en la ordenación de este fenómeno.

En primer lugar, la llegada de los emigrantes a un país de acogida debe hacerse de manera ordenada, lo que significa que deben llegar en condiciones legales, con los permisos correspondientes, pues solo así pueden encontrar acomodo, seguridad, trabajo en condiciones normales, y obtener las ventajas que vinieron buscando y que esos países de acogida pueden ofrecerles. Es indispensable diferenciar entre inmigrantes legales e ilegales, entre quienes cumplen las normas y quienes no lo hacen. Por eso son irresponsables las políticas que de manera demagógica propugnan algunos bajo el eslogan de «papeles para todos», que son un reclamo para las mafias que trafican con ellos, impiden una gestión ordenada de los flujos migratorios, y condenan a los que llegan ilegalmente a la marginalidad y a la incapacidad para su integración plena y el disfrute de las ventajas que vinieron buscando.

Y esto exige, a su vez, que redoblemos nuestros esfuerzos en la lucha contra la inmigración ilegal, cooperando entre nosotros para acabar con las mafias que se aprovechan de ella, y con el drama terrible de la trata de seres humanos.

En segundo lugar, se debe respetar la capacidad de acogida del país, pues en todos los casos es limitada. El desbordarla impide ofrecerles un trabajo y unas condiciones de vida dignas a todos los que lleguen, con la consecuente dificultad que tiene para permitirles su desarrollo e integración en la sociedad con las mismas obligaciones y derechos que los que tienen los naturales de esos países que les acogen.

En tercer lugar, hay que exigir a los que llegan el respeto y la integración en nuestro sistema de valores sociales y jurídicos, que son sobre los que se asienta nuestra sociedad, y el reconocimiento y la aceptación de nuestro marco constitucional. Nadie pide que los que llegan olviden sus raíces y se desprendan de su cultura. Al contrario, pero hay unas reglas de convivencia que nos hemos dado entre todos para regir nuestra convivencia que deben ser respetadas y aceptadas por ellos: la democracia, la libertad, el pluralismo político, los derechos fundamentales...

Hay tradiciones en otras culturas que son muy enriquecedoras, pero hay otras que chocan frontalmente con nuestros valores democráticos. Nuestra sociedad es plural, pero no multicultural. Aquí cada persona puede creer y comportarse como crea conveniente, pero respetando las normas comunes, que nos obligan a todos. No puede haber distintos derechos y obligaciones en función de las distintas culturas y religiones. Y aquellos que no lo hagan, deben de ser expulsados.

En cuarto lugar, es preciso impulsar la colaboración institucional e internacional. La política migratoria requiere de la estrecha y permanente colaboración de las distintas administraciones españolas y entre los distintos países, especialmente de la Unión Europea, pues tenemos un espacio común de libre circulación entre nosotros. Cada inmigrante que entra en cualquiera de nuestros países lo hace también en la Unión Europea, por lo que la llegada de los mismos es una cuestión que hay que afrontar en común.

Esta colaboración exige también una política eficaz de ayuda a los países de origen para ordenar con ellos el fenómeno migratorio, y para darles la ayuda necesaria para favorecer su progreso económico y social que haga menos necesaria la salida masiva de sus nacionales.

Nuestras sociedades han hecho del progreso económico, la democracia, la libertad, la seguridad y el respeto a los derechos humanos nuestras señas de identidad, y la base de nuestra convivencia. Son estos factores los que nos hacen atractivos para que muchos quieran venir a vivir con nosotros. Sin embargo, hoy hay movimientos en algunas partes del mundo que amenazan los mismos y a nuestras sociedades. Una amenaza real que afecta a todos los países occidentales, y en especial a Europa, y que desgraciadamente se ha manifestado con la máxima brutalidad en el día de ayer en París. Un atentado contra todos y cada uno de nosotros y contra nuestro mundo.

Estos atentados de fanáticos islamistas que vivimos en nuestros países, –y también fuera de ellos contra nuestros intereses–, no pueden achacarse a la inmigración, y debemos combatir a quienes ven en ellos una oportunidad para lanzar mensajes xenófobos. Pero es una irresponsabilidad también no admitir que estamos ante un enemigo que utiliza la inmigración para penetrar con aviesas intenciones en nuestros países. Es una nueva forma de terrorismo. Una guerra que se lleva a cabo de manera no convencional, que requiere algo más que la eficacia policial. Requiere una acción preventiva y de colaboración entre todos los países que estamos amenazados, y ser muy conscientes que el fenómeno migratorio es un instrumento utilizado por ellos.

No estamos ante un debate entre distintas posiciones políticas. Estamos ante una amenaza real a nuestra forma de vida y a nuestros valores, que son el origen de la civilización moderna y de los países democráticos más avanzados del mundo. El islam radical es incompatible con ello, y aprovechándose de los mismos quieren cambiarlos, y nosotros tenemos que defenderlos sin ninguna vacilación, por que lo que está en juego es nuestra libertad.

Como dijo el presidente americano Franklin Delano Roosevelt tras el ataque japonés a Pearl Harbor: «como nación podemos estar orgullosos de ser buenos, pero no podemos permitirnos ser necios».

Ante estos desplazamientos masivos de población que hoy afectan a toda Europa no podemos permanecer inactivos ni actuar neciamente permitiendo que los avances de nuestras sociedades en derechos y libertades se conviertan en debilidades al servicio de los que quieren acabar con ellos valiéndose de los mismos. La amenaza es ya una realidad que hemos sufrido en nuestras carnes, y la determinación de nuestros adversarios para atacarnos es ya una declaración de guerra abierta que vemos de manera reiterada en las manifestaciones de los líderes de estos movimientos y en los atentados que se vienen sucediendo. El desbordamiento es sin duda un gran problema que ha levantado las alarmas de los socios de coalición de Merkel, pero lo que puede esconderse detrás es aún más peligroso. Estemos alerta e impidamos entre todos que eso sea así.