Pilar Ferrer
La gran «piña» de Dolores
Eran las ocho en punto de la mañana, y ya en los aledaños del madrileño Hotel Ritz no podían acercarse los coches con soltura. Un conocido financiero comentaba algo malhumorado que a él, en estos eventos, siempre le colocan en el comedor principal, pero en esta ocasión le relegaron a una estancia contigua. Era tal la expectación generada por María Dolores de Cospedal, presentada con toda pompa por Mariano Rajoy, que los coquetos salones del Ritz estaban totalmente reservados para el desayuno de la dama manchega y nacional, que para eso ella aúna ambos cargos. El escenario fue muy bien definido por Rita Barberá, en pleno festín fallero: «Aquí todos venimos a hacer piña». En torno a Dolores, y para quitar pesares. Muy cierto. En medio de los zarpazos de ese tal Bárcenas, un Mariano Rajoy impertérrito se prodigó en halagos a su secretaria general. Sabido es que el líder gallego no es muy propicio a las lisonjas, y aún menos, a las efusiones públicas. Pero no escatimó piropos. Y hasta un beso, que le espetó entre tímido y profuso, mientras desviaba el ojo izquierdo hacia el auditorio. Que quede claro, avisó con su gesto el presidente, mi respaldo completo. A escasa distancia, los tres vicesecretarios del partido. Javier Arenas, silente, a pesar de que todos le preguntaban por el ex tesorero. Esteban González Pons, locuaz y sonriente. Carlos Floriano, retraído, como si la cosa le viniera algo grande, sin saber calcular el ritmo de las emociones. Pero el morbo estaba en la mesa del Gobierno. Hete ahí a Soraya Sáenz de Santamaría, impecable, elegante, toda una señora, con su mirada de lince para demostrar que ella no está en una «riña de gatas» con su compañera Dolores. Y alrededor, Gallardón, Fátima, Arias Cañete, Soria y Jorge, toda una pléyade de ministros bien alineados. Cada uno a lo suyo. Alberto, callado. Fátima, contenta por la próxima foto en Moncloa con los agentes sociales. Y Jorge, comentando los pormenores del Cónclave Vaticano. A eso se le llama personalidad aparte.
En el coloquio, la mayoría de los periodistas en barbecho. Es decir, en trompa ante la avalancha del salón presidencial, que les dejaba sin sitio. Y a pocos metros, el paquete de «barones». O sea, Ignacio, emocionado tras el acto en la Puerta del Sol por el 11-M, Esperanza, Monago y un Alberto Núñez Feijóo que marcó la frase del día: «Yo no he venido aquí para hablar de ese personaje», en alusión a Bárcenas, se entiende. En el capítulo de empresarios, una lista interminable, algunos muy señores, otros, ya se sabe, pelotas hasta la saciedad. El factor humano. Los camareros del hotel, saturados, pues la asistencia desbordó lo previsto, más de mil personas. Y ella, María Dolores, con vestido en tonos lila, tacones altos y melena al viento, tuvo su gran día. Ya lo merece, tras los últimos calvarios. Salió con su marido Ignacio, atento a cualquier detalle, y Alberto Núñez Feijóo. El único que marchó para Moncloa, y que tenía cita privada con Rajoy.
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