Francisco Marhuenda

La independencia judicial

La corrupción es el segundo problema que más preocupa a los españoles, después del paro. Es un dato inquietante, como lo es que el cuarto sean los políticos, los partidos y la política. Es cierto que la opinión pública es voluble y que la llegada de la recuperación hará que cambien muchas percepciones, pero la realidad es que se ha extendido la idea de que existe una corrupción generalizada y el deporte nacional es criticar a los políticos. Hace años, la política tenía muy buena imagen y era una actividad que comportaba un gran reconocimiento social. Ahora sucede todo lo contrario. Un aspecto importante de este problema está en los tribunales. España cuenta con un excelente sistema judicial, basado en unos profesionales de gran calidad, tanto entre los magistrados, los fiscales y los secretarios. El sistema de acceso basado en las oposiciones es justo y objetivo. No me gusta el coladero que ha sido el acceso por el tercer y cuarto turno, porque la izquierda lo ha utilizado con una lamentable prodigalidad. Hay excepciones, por supuesto, pero los jueces de carrera tienen mejor preparación que los de turno. Esta fórmula se pensó en su día para juristas de gran prestigio que podían aportar su experiencia y formación, pero la izquierda lo ha llenado de abogados amigos o funcionarios que probablemente no hubieran aprobado la oposición a jueces y fiscales. Con esta pequeña salvedad, la realidad es que nuestros jueces son independientes y muy capaces.

El sistema produce tranquilidad, aunque las reformas que ha emprendido Gallardón son tan positivas como importantes. La Justicia ha sido el «patito feo» durante décadas, tanto en lo que hace referencia a los recursos humanos y materiales que necesita como por las reformas legales que no se han realizado. España ha tenido grandes ministros reformistas que han dejado su impronta. Me parece lamentable el político que ocupa un cargo y sólo piensa en las encuestas y la popularidad. Los que no adoptan decisiones por miedo a perder unas elecciones. Ahora caminamos con paso firme hacia el fin de la crisis y el comienzo de la recuperación. Los indicadores son muy claros, pero sobre todo es muy importante el clima que se ha extendido entre los empresarios, que son los que crean empleo. Hay más tranquilidad y un prudente optimismo. Por ello, Rajoy tiene que impulsar una valiente y ambiciosa agenda reformista en los dos años que le quedan hasta las elecciones.

La Justicia es uno de los aspectos fundamentales. España no debería perder esta oportunidad. Necesitamos un sistema que sea más ágil, porque hay procesos que se dilatan innecesariamente en el tiempo. La independencia judicial debe fortalecerse. Los casos de corrupción son una muestra de esa lentitud exasperante. La rapidez sería beneficiosa para la imagen de los políticos y la política. No hay que olvidar que mucha gente piensa que hay una casta política y que se protegen entre ellos. Las cifras económicas que se conocen causan estupor así como las prácticas empleadas que llegan hasta extremos vomitivos como sucede en casos como «Gürtel», «Palau» o los «ERE de Andalucía».

La inmensa mayoría de los jueces trabaja con eficacia y discreción, aunque en algunos casos se les ponen etiquetas injustamente. Otra cuestión distinta son los «jueces estrella» que afortunadamente son una minoría aunque hacen mucho ruido. Los conocemos porque quieren ser conocidos y buscan la fama con una enfermiza obsesión. Les gusta protagonizar portadas para satisfacer su ego o dar rienda suelta a sus ambiciones políticas. Los casos de corrupción o los delitos económicos son el terreno abonado para ellos. Es una perversión del sistema, aunque es algo que sucede, por supuesto, en otros países. Lo deseable es que los jueces con ambiciones políticas dejen la judicatura y se dediquen a ello. Me gusta conocer a los jueces por sus sentencias y no por sus declaraciones.