Alfonso Ussía
La libertad del canalla
«El Cuco» está en la calle. Ello determina el encarcelamiento moral de todos los que no somos «el Cuco». Consecuencia de una Justicia inspirada en el «buenismo» socialdemócrata que ha contado con la ayuda indolente del Partido Popular. No se habla de Cuba, de Corea o de China. Se busca el ejemplo de los Estados Unidos, del Reino Unido, de Francia, en donde los crímenes más deleznables conllevan el riesgo de la cadena perpetua, la condena de por vida. Ahí tenemos a Bolinaga tomando vinos en Mondragón y a De Juana Chaos en una urbanización de lujo en Venezuela, y a «Josu Ternera» expulsado de Noruega con rumbo desconocido y que nadie en España quiere conocer. Pero en el terrible caso de Marta del Castillo impera la doble crueldad. Asesinan a una niña y entre todos los participantes y cómplices del crimen se establece un pacto de silencio para reírse de la Justicia y, lo que es peor, de la desconsolada familia de Marta. Primero la asesinan y después callan el paradero de sus restos, despertando en los familiares de Marta la sensación de la doble muerte. «El Cuco» era menor de edad cuando se cometió, ante sus ojos, y probablemente con su colaboración directa, el asesinato de Marta. Un menor de edad que sabía perfectamente la atrocidad que cometía y la canallada en la que participaba. Apenas dos años en una especie de reformatorio, y ya está en la calle. La Justicia buenista. Es decir, la injusticia absoluta.
Los padres de Marta, y su abuelo, y el resto de los familiares han combatido heroicamente contra la crueldad y la injusticia. Pero han sido derrotados. Perversamente derrotados. No han encontrado los restos mortales de Marta y, paradójicamente, en cualquier calle, parque, avenida o plaza de Sevilla pueden encontrarse de golpe con el canalla del «Cuco». Ni se les ocurra decirle algo, o acosarlo, o agobiarlo, o perseguirlo. «El Cuco» seguirá en la calle y ellos tendrán que justificarse ante la Justicia por calumniadores, acosadores, coaccionadores y perseguidores. La única respuesta cívica que se les permitirá será cruzar la calle para no tener que pisar las mismas baldosas recién ensuciadas por uno de los asesinos de su niña.
Pero «el Cuco» también va a tener problemas. En Sevilla, por mucho pelo que se deje crecer y mucha melena al viento que intente disimular sus rasgos, lo conoce y reconoce cualquiera. Y en Andalucía. Y en el resto de España. «El Cuco» no puede conseguir el milagro de su transparencia. Allá donde viva, y allá donde se instale, habrá unos ojos –no los de su conciencia–, que lo vigilen, que anoten sus movimientos, que cubran sus entradas y salidas. «El Cuco» ha sido puesto en libertad por nuestra Injusticia buenista, por nuestra legislación imbécil, pero no se sentirá jamás ni libre ni dueño de su vida. Lo malo es que reincidirá en sus canalladas. Un ser tan malvado y gélido, un hijoputa de ese calibre, es incapaz de reformarse. Un delincuente reformado, un asesino arrepentido, conocedor de la insoportable angustia que experimentan los familiares de Marta desde el día de su muerte, tendría el valor de presentarse ante ellos, pedirles perdón y facilitar la búsqueda de sus restos. Pero no. El sucedáneo de Reformatorio en el que supuestamente el pobre «menor de edad» ha estado alojado poco más de dos años sólo le ha servido para seguir riéndose de los padres de Marta, de la ciudadanía y de la estupidez buenista de nuestro sistema penal.
Por las calles de Sevilla, un asesino sonríe. Suena a principio de mala copla.
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