Alfonso Ussía

La monda lironda

He tenido la fortuna de cruzar por mar en dos ocasiones el Atlántico, siempre de la mano de Miguel de la Quadra-Salcedo, vasco de las Encartaciones y navarro profundo, como toda su familia. Su segundo apellido es Gayarre y es sobrino nieto del gran tenor. Lo hice por primera vez desde Cádiz hasta La Guaira. Desde allí el Orinoco hasta Ciudad Bolívar y el Amazonas hasta Manaos, en cuyo Teatro de la Ópera, un lujo de mármoles y oros en la mitad de la selva, el profesor Berciero nos regaló un concierto de piano. La segunda travesía desde Lisboa a la isla de Guadalupe, y desde ella hasta San Juan, con su antigua Bandera de España ondeando en el fuerte, frente a los mares caribes. El tercer viaje que cumplí con Miguel fue por aire, las reducciones jesuíticas de Paraguay y la provincia de Misiones en Argentina, con Iguazú de centro de operaciones, donde se rodaron las más emotivas escenas de la película «La Misión». Pocos metros después de romper sus aguas en el salto que separa Brasil de Argentina, nace el Paraná, esa vena de agua formidable que muere en el gran estuario del Mar del Plata, junto a Buenos Aires. Alvar Núñez Cabeza de Vaca definió a Iguazú como un gran salto de agua del cual emergía una nube líquida que sobrepasaba la altura de veinte lanzas. Los primeros españoles que se encontraron navegando en los mares sepias que se tiñen de madera y hierro por la fuerza del Amazonas, agua dulce vencedora de la salada, bautizaron el milagro como Nuestra Señora de la Mar Dulce. Argentina, Chile, Perú, Colombia, Venezuela, Paraguay, Uruguay, el rosario de islas, Cuba, Puerto Rico, el istmo centroamericano, México, California, Florida... Y en los mares del sur, la isla de Pascua y las Filipinas. La emoción de ser español se agiganta en América. Y uno piensa en la bravura, el heroísmo, el esfuerzo y las penalidades que hubieron de demostrar y padecer nuestros antiguos, y me pregunto los motivos de tantos desafectos y distancias entre los propios españoles y las diferencias entre aquellos y los de ahora. Los que eligieron para España todos los horizontes y los paletos que han optado en la actualidad por la permanente contemplación de sus ombligos. En el siglo XIX, que no fue el mejor para nuestra Historia, de La Habana volvían los vascos y los catalanes cantando sus habaneras. Y en 1812, cuando se promulgó la Constitución de Cádiz, con un Rey felón ausente y las tropas napoleónicas en nuestro suelo, se leía en su artículo primero que «La Nación española es la reunión de todos los españoles de ambos hemisferios». Grandeza desatada. Y firmaron aquel texto admirable, juntos y hermanados, diputados castellanos, vascos, catalanes, gallegos, canarios, valencianos, andaluces, montañeses, cubanos, panameños, argentinos peruanos,mejicanos, costarricenses, chilenos, venezolanos, ecuatorianos y hondureños, entre otros muchos. Por Bonanza, boca de Sanlúcar hacia Sevilla, Guadalquivir arriba, navegaban las goletas que de América y las Filipinas venían, con la naturalidad pasmosa de los marinos que cumplen con su compromiso. Y desde 1785 con la Bandera de España, la actual, la de todos, ondeando en lo alto de sus mástiles o en la popa de los grandes vapores trasatlánticos, fueran vascos, catalanes, andaluces o gallegos.

Me entristece que los niños de hoy no sepan nada de esto. Que sus raíces hayan sido manipuladas de tal modo que para ellos España es una nación que ha invadido sus tierras y las ha privado de libertad. Esos niños ignoran que son tan españoles y herederos de aquella grandeza como los demás niños de España. La monda lironda, séame permitido escribirlo.