Restringido
La OTAN del futuro
La pertenencia a la OTAN –organización que en el pasado supo preservar una Europa democrática– ha traído para los españoles algunas consecuencias: unas buenas, otras no tanto. Así lo creo al menos desde mi punto de vista, el de un almirante español que ha tenido el privilegio de estar destinado seis de sus diez años en ella.
Para los militares españoles, la OTAN significó poder trabajar codo con codo con otros extranjeros que sólo habíamos conocido históricamente en el campo de batalla. Enfrente, naturalmente.
Se aprende mucho de experiencias diferentes, no sólo en cuanto a la técnica, sino de los valores y vicisitudes de las diferentes naciones que los soldados y marinos representamos.
Desgraciadamente la OTAN también permitió que elite política y opinión pública española se desentendieran de la seguridad exterior de nuestra Nación, al pensar que estaba asegurada por otros. Esto –que nunca fue cierto– es todavía un más claro error tras la experiencia de la guerra en Afganistán. Entramos en ella –en la guerra– con una Norteamérica líder mundial indiscutible; salimos 12 años después, con un mundo multipolar donde otras naciones tienen un papel decisivo en el futuro de la globalización.
De Afganistán se van los ejércitos occidentales sin saber si han triunfado o no, entre otras cosas porque el objetivo político a conseguir ha variado tantas veces durante este largo periodo, que es imposible resumir que había que conseguir, que constituía un éxito. La última misión ha sido algo así como salir como se pueda, declarando ilusoriamente que ejército y policía afganos están preparados para responsabilizarse de su propia seguridad. Como si esa preparación fuese una mera cuestión técnica y no dependiera de la viabilidad del estado y nación a la que sirven.
Sin embargo los ejércitos aliados sí que han aprendido –o más bien recordado– mucho: lo difícil que son las operaciones de contrainsurgencia ¿recuerdan aquello de ganar las mentes y los corazones de los paisanos? y la paciencia que hay que tener en este tipo de misiones. Por eso –desde el punto de vista exclusivamente militar– se sale de Afganistán sin una sensación amarga de derrota, como la de los norteamericanos tras Vietnam. Aquí no han fallado los militares; aquí ha fallado la dirección política. O si no, veremos cuanto tardan los talibanes en regresar al poder, se cierran las escuelas para las niñas y se vuelve a lapidar a las mujeres adúlteras en los estadios de futbol.
Todo esto tiene que ser asimilado por la OTAN que deberá evolucionar si es que norteamericanos y europeos, continuamos compartiendo preocupaciones reales en seguridad como en los tiempos de la Unión Soviética. Hay un antes y un después de Afganistán para la OTAN. En cierto modo esta guerra ha marcado el límite geográfico de la expansión de la Alianza.
La falta de reacción norteamericana a la primavera árabe, que ha permitido a Al Qaeda hacer sentir su terrible influencia en muchos lugares como Siria o el Sahel, a la vez que prosperar la inestabilidad en Egipto y otros países, añade un riesgo claro a la frontera mediterránea europea. El Magreb –el norte árabe y bereber de África en general– ya no es el baluarte defensivo tras el que europeos podemos refugiarnos, sino más bien un multiplicador de estos problemas, caso de no estabilizarlo junto al Sahel.
Lo que está pasando en Ucrania y sobre todo, lo que en el 2008 paso en Georgia, nos recuerda que la Rusia de Putin esta profundamente incomoda con la ampliación hacia el Este de UE/OTAN y firmemente decidida a impedir que continúe. O al menos más firmemente que nosotros a ampliarla. El caso es que volvemos a tener problemas en el Este que requieren atención por parte de la Alianza –no para preparar un combate contra los soviéticos como hicimos durante la guerra fría– sino para lograr estabilidad en Europa.
Vivimos una Europa que cuida más su prosperidad económica que su seguridad externa y que parece haber perdido su vocación de exportar su modelo de unión y democracia al resto del mundo. Mal ejemplo podemos dar si solo nos lamemos nuestras heridas y dedicamos tan poco a nuestra defensa y seguridad.
Con problemas en nuestras fronteras del sur y el este, con la dolorosa experiencia de Afganistán reciente y mostrando una débil voluntad practica de influir en el mundo globalizado, creo que ha llegado el momento de plantearse una OTAN menos ambiciosa, concentrándonos en mantener la estabilidad de Europa, sin aspirar a contribuir a la seguridad en el Pacífico y Oriente Medio donde los norteamericanos deberán buscar otros socios. Un Oriente Medio, por cierto, donde la administración Obama está concediendo a Irán un papel que desconocemos pero que claramente va a alterar el presente equilibrio.
A principios del próximo septiembre se reunirán en Gales nuestros jefes de Estado y Gobierno para diseñar el futuro de la OTAN. Ojalá que acuerden unos objetivos de seguridad que unan a norteamericanos y europeos, basados en realidades geopolíticas y en la voluntad real de nuestras sociedades.
Los españoles deberíamos recordar además que la OTAN no cubre el 100% de nuestros problemas de seguridad. En solitario o en coalición, podemos neutralizar muchas de las amenazas a las interconexiones del mundo globalizado.
La Alianza es una organización a la que contribuimos con personas y fondos para resolver los retos colectivos; es pues –en parte– nuestra responsabilidad tratar de encontrarle un futuro útil en este mundo globalizado, de diseño originalmente norteamericano, pero –que en la actualidad– tiene distintos protagonistas geoestratégicos.
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