Alfonso Ussía
La patada
El director del CNI ha comparecido ante la Comisión de Gastos Reservados del Congreso por los chanchullos de la tal Corinna. Aquí siguen diciéndole «princesa», y no termino de entender esa obsesión, sencillamente porque no lo és. El general Félix Sanz Roldán es de Cuenca, como Raúl del Pozo y el poeta Federico Muelas, aquel rapsoda que principió su pregón de Navidad en el convento de la Encarnación de Madrid a las siete de la tarde y a punto estuvo de impedir la celebración de la Misa del Gallo. Se lo recordó el poeta que le sucedió, al año siguiente, en el empeño: «En el Portal de Belén/ habló Federico Muelas./ Al terminar, las pastoras/ eran ya todas abuelas».
Sanz Roldán negó con contundencia toda relación de sus servicios de inteligencia con la extravagante mujer, que según parece se dedica a cobrar comisiones. El daño que ha hecho esta inteligente señora a España y sus instituciones no tiene sentido. Sus declaraciones y entrevistas a diferentes medios de comunicación sólo se pueden interpretar desde el rencor, la venganza y la poca clase. Y el de Cuenca, al que conozco desde bastantes años atrás y es mucho más inteligente de lo que se le supone a la comisionista, le ha dado pasaporte con la elegancia y firmeza que le caracteriza.
No obstante, en España tiene sus partidarios. Todos aquellos que precisan la herida de la Corona para obtener el beneficio de sus proyectos personales, mercantiles o partidistas, han encontrado en Corinna su arma fundamental para atacar al Rey. En los programas de la cadena de Berlusconi –personaje siniestro e intocable para sus agudos tertulianos de chismes–, los insultos y groserías dedicados al Rey se complementan con los elogios a la chica, a la que todos llaman «princesa», quizá porque, en el fondo, todos esos republicanillos de pandereta son unos cortesanos indignados con su propia frustración. Pero el de Cuenca ha dejado, según se desprende de las noticias referentes a su comparecencia parlamentaria, las cosas bastante en claro y en su sitio, no todas, que algo tiene que haber en el río cuando tanto suena. Y de ese sonido, que en ocasiones se antoja atronador, también algo de culpa tienen las ingenuas imprudencias del Rey o la mala fortuna que últimamente le acompaña.
Insisto en la deslealtad y la fría venganza de la mujer despechada. Su protagonismo de hoy es consecuencia de sus declaraciones y manifestaciones en las últimas semanas, siempre adornadas con el cinismo de «nada más lejano a mi intención que dañar al Rey o a la Familia Real». Corinna no aparece en España por el Rey, que muchos años llevaba previamente moviéndose por los altos despachos, los barcos poderosos y las cacerías exclusivas en pos de sugerentes beneficios, requiebros y zalemas. Corinna ha aparecido en los medios de comunicación cuando había pasado a un segundo o tercer plano del interés y pocos se acordaban de ella. Sus palabras, aparentemente frívolas y superficiales, contenían un oculto mensaje de mala leche de difícil superación. Prueba de ello es que toda una Comisión parlamentaria se ha reunido con ella de protagonista. No obstante, si tuvieran que declarar ante esa Comisión, además del director del CNI, todos los millonarios que han tenido algún tipo de contacto, y escribo bien lo del contacto, con esta mujer, a los miembros de esa Comisión les puede dar un patatús.
Corinna es una mala anécdota que ha puesto en peligro a la Institución que garantiza la unidad de España. No merece otra cosa que una patada en el culo y que se olvide de España para siempre.
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