Casas reales

La pelusa de Rajoy

La Razón
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Me recordó Sergio Martín en los corrillos de «Los desayunos de TVE» una escena de la serie «The Crown» que relata en Netflix cómo la Reina Isabel II de Inglaterra salvó a la monarquía de la decadencia en los albores de la globalización y se transformó no en una soberana sino en la corona misma. No era una persona sino un símbolo de los siglos que le impedía tomar decisiones de las que llamamos «humanas» porque su reino trascendía su cabeza y la de sus antepasados que la habían perdido. Por si les sirve mi opinión, recomendable, que no todo es «Juego de tronos». Entonces, Churchill aún pensaba que se medía con hombres de la talla de Stalin o de Roosevelt, cuando él mismo era ya parte de la niebla de Londres, un fantasma que hablaba muy bien inglés. Al cabo, un político en una jaula de leones advenedizos que iban de caza en busca de la mayor pieza. Si no llega a morirse lo despedazan como a un ciervo. El ciervo.

La caída de la venda de la Prensa en asuntos del corazón encontró en la familia –hasta el día de hoy– un filón secular sin que la Reina de las reinas se inmutara ante su pueblo. Desde el tampón de Camilla Parker Bowles y la muerte de Lady Di, los Windsor nos han regalado los mejores momentos de amores inciertos hasta convertirse ellos mismos en protagonistas de una telenovela en directo. En ese sentido, la monarquía inglesa es un «reality show» sin el culo de la Kardashian. La escena en cuestión cuenta de qué manera un periodista se da cuenta de que Margarita de Inglaterra, hermana de la Reina, mantiene un romance que se hizo legendario con Peter Townsend, un hombre divorciado del que aún se cuentan batallas guerreras teñidas de rosa. Cuenta el reportero a su jefe, en una de esas redacciones de película que dicen que un día existieron, que en un acto oficial la princesa Margarita quitó una pelusa del traje de su amante. Argumentó que un gesto así es más íntimo que un beso. Más aún, que el beso ya se ha consumado. Paren las máquinas. El romance había sido descubierto con un lenguaje no verbal que no necesitaba de psicoanálisis. La pelusa era la irrefutable prueba luego contrastada por los hechos.

El día de la Constitución, en los corrillos del Congreso, en ese ir y venir de vanidades políticas y vacuos discursos sobre la necesidad de reformar la Carta Magna, de chupaplanos perversos y debutantes sin vestido, Mariano Rajoy se encontró con Javier Fernández, el presidente de la gestora del PSOE. La Prensa se arremolina. No hubo alharacas. Un saludo. Ninguna escenografía que constatara pacto, que para eso había que beber de otras fuentes, algunas con el veneno de una lengua bífida. Y en esto, Mariano Rajoy quita una pelusa del traje de Javier Fernández.