Alfonso Ussía
La propina
A veces las propinas conllevan riesgos. Se cuenta del arrogante marqués de Campolejos, que gustaba de hablar con recursos del siglo XIX. El viejo marqués detuvo a un taxi y emitió una orden escueta al taxista: –Pórteme a mi casa–. El taxista, con educación, le preguntó donde coño estaba la casa a la que había que portar al marqués, y éste le dijo la dirección con creciente malhumor. Al llegar al punto de destino, el marqués pagó exactamente lo que marcaba el taxímetro. «No ha propina ni gratificación a quien no sabe do vive el marqués de Campolejos». El taxista reaccionó con elegancia: «De acuerdo. No ha propina ni gratificación a quien no sabe do vive el marqués de Campolejos, que es un mamarracho. Con Dios». Y fuese.
Pertenece a la leyenda urbana la historia del espectador tacaño. Tarde de teatro. Se representa una tragedia policíaca de Ágatha Christie. El acomodador lleva al cofrade del puño cerrado hasta su localidad. Éste deposita en la mano del acomodador una peseta. El acomodador procede a vengarse del miserable: «El asesino es el mayordomo».
Hay propinas y propinas. El Real Madrid y el futbolista brasileño Neymar habían alcanzado un pleno acuerdo para que éste se incorporara al club blanco. Los negociadores del Real Madrid ignoraban que a última hora llegarían las propinas. Rondaba el fichaje los sesenta millones de euros, a los que había que añadir los correspondientes impuestos. Fue cuando el representante de Neymar exigió las propinas, que suponían un desembolso de cuarenta millones de euros añadidos al valor contractual. El Real Madrid no aceptó el chantaje de semejante propina y rompió relaciones con el entorno del aceptable futbolista brasileño. Y llegó el «Barça». A los que conocíamos algo de la operación frustrada nos admiró la habilidad negociadora de Rosell y sus gentes. Por 57 millones de euros y sin propina alguna, el Fútbol Club Barcelona contrató a Neymar. El componente fenicio ha sido siempre más comercial y mejor mercader que el castellano.
Pero no era así, como lo escribía la efervescente prensa deportiva de la Ciudad Condal.
También en la franja costera del viejo Reino de Aragón se cometen errores de contabilidad. Prueba de ello es que el fichaje de Neymar le había costado al «Barça» –un «Barça» muy calladito, eso sí–, 38 millones de euros más. La propina. Comisiones a la familia del simpático jugador, otras comisiones pendientes de especificar, y unos millones más para arreglar «favelas» en los barrios pobres de Santos y San Pablo. El problema de la Junta Directiva del «Barça» es que las propinas, mediante una denuncia, ya no son competencia de los socios del poderoso club del viejo Reino de Aragón, sino del Fiscal y de un Juzgado de la Audiencia Nacional. El toque sensiblero de las «favelas» ha resultado negativo. Según parece, el fiscal y el juez opinan que si la familia de Neymar se ha llevado de comisión en concepto de propinas más de treinta millones de euros, el arreglo de las «favelas» tendrían que facturarlo a la familia receptora de la propina, que es muy buena y solidaria como ahora se dice, pero sospechosa. Y están los impuestos no pagados, y está la ocultación del gasto de una importantísima cantidad a los socios, y está la nube de las comisiones, y está armada la mismísima gorda, que mucho me temo, va a continuar engordando a medida que salgan a la luz otros detalles.
Nada afirmo ni aventuro. Pero aquí faltan algunos millones, bastantes millones, y lo que te rondaré, morena.
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