Alfonso Ussía
La «retambufe»
Centenares de analistas políticos y deportivos nos han acogotado con sus interpretaciones del fracaso de Madrid-2020.
Uno de ellos aporta cincuenta razones. Sólo hay una. El COI es una reunión de golfos y vividores que se mueven exclusivamente por el interés económico, y ese interés económico no podían ofrecerlo ni Madrid ni España. Pasó el tiempo del señorío y la honestidad del olimpismo, cuando el cargo era más una carga. Me asombra la permanencia en ese COI del petimetre monesgasco. ¿Cómo puede pertenecer al Comité Olímpico Internacional el presumible Jefe de un Estado que no ha conseguido ni una medalla de bronce en la historia de los Juegos Olímpicos? Saldrá el pelmazo de internet para recordarme que estoy equivocado, y que en la Olimpiada de París el tirador con arco monegasco Jean Louis Puturrú de Foie ganó la medalla de plata. De acuerdo. La teoría no se resiente. Si Puturrú de Foie ganó esa medalla, no avala la permanencia en el COI de ese mequetrefe que estira un poco la pierna y se sale de su país.
La candidatura de Madrid era buena, pero el dinero ha decidido que la de Tokyo era mejor. Todo está perfectamente orquestado, hasta el empate con Estambul para que la capital japonesa no sufriera en la votación final. Creo –sin ánimo de analizar–, que no supimos ser contundentes con los resquemores del dopaje. El sueño de Madrid descarriló en 2012, y uno de los grandes responsables del accidente fue el peculiar mamón del principadito. No hay que preocuparse. Siento que una involucración tan fuerte, brillante y comprometida con el proyecto olímpico como la del Príncipe de Asturias no haya sido recompensada por el éxito. Pero se trata de un lamento personal. Los golfos no siempre se equivocan, y quizá Tokyo ofrecía mayores garantías, aunque sea una ciudad insoportable. Los entendidos apuntan a París, que desea ser la sede de los Juegos Olímpicos de 2024. Puede ser. Encaja. Creo que Europa no ha estado nunca doce años sin organizar unos Juegos Olímpicos, y si París manda, se obedece. Somos poca cosa en el mundo, a pesar de nuestra potencia deportiva. Tampoco hay que decantarse por la envidia que nuestros grandes héroes del deporte inspiran, pero el más grande de todos ellos, Rafael Nadal, ha sido claro: «Me pregunto si no habría sido mejor que hubiesen avisado antes de que ese esfuerzo era en vano». No se puede esperar esa recomendación afectuosa de quienes viven, y muy bien, a costa del deporte olímpico. «Hay más cabrones en el COI que perros descalzos», me decía uno de los grandes señores del olimpismo español. No tenemos sentido de la estrategia para convencer o comprar a los cabrones. Nos limitamos a ir con nuestro trabajo y buena voluntad a una reunión de hienas. Excesivo optimismo. Y excesiva tristeza por el tropezón. Nos confiamos con la amable promesa de apoyo de Rogge, y no miramos al millonario de Kuwait, del que se dice que había prometido su apoyo a Madrid mientras firmaba con los japoneses un suculento contrato petrolífero. Los ingleses también nos la han jugado, y sería divertido cerrarles la verja de Gibraltar, que políticamente podría considerarse inaceptable, pero me pone cachondo la idea.
He visto cómo han trabajado algunos en esta candidatura. Sin escamotear un esfuerzo ni mirar el reloj. Por ellos, sí lo siento, y mucho. Gente heroica, de segundo nivel en las responsabilidades, incomprendida, volcada sin límites en el proyecto. Ellos son los que me animan a escribir este artículo, para agradecerles como madrileño y español su trabajo y su entrega. Y como no soy analista, sino un subjetivo perdedor, le mando a Alberto de Mónaco a tomar «par la retambufe», que es «le cul», y no tengo espacio para la traducción.
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