Enrique López
La transparencia del mediocre
Hoy en día se ha impuesto la transparencia como una virtud y una obligación que nos exige a todos poner de manifiesto a los demás lo que hacemos. Ahora podemos conocer los regalos que recibe nuestro Rey, así como los sueldos de nuestros políticos y altos funcionarios; todo debe ser revelado para satisfacción de la sociedad, y no está mal. Descriptivamente se los denomina portales de transparencia, y con ellos nos sentimos más tranquilos. Algunos piensan que se está luchando de una forma eficaz contra la corrupción, pues nada, fenomenal. Yo creo más en la confianza que en la transparencia, y sobre todo cuando esta última se tizna de un inevitable morbo; creo en la responsabilidad y en la ética, y sobre todo en la educación. Deberíamos analizar y estudiar la real eficacia de los portales de transparencia en la lucha contra la corrupción, y a lo mejor nos encontramos con alguna sorpresa. Las actividades corruptas son por definición opacas y ajenas al público, evitando por esencia la transparencia. En segundo lugar, se pretende luchar contra la corrupción evitando eso que se llama ahora puertas giratorias, pues parece que el sistema de incompatibilidades posterior al ejercicio de un cargo político no sirve, cuando lo que subyace en la realidad es un absoluto desprecio al talento. En tercer lugar, surge la idea de dificultar la excedencia voluntaria de altos funcionarios, porque por lo visto también genera actividades corruptas, cuando lo que también subyace es además de un desprecio al talento, una trivialización del esfuerzo. La cuestión es si realmente los proponentes de tanta reforma realmente saben cuál es origen de la corrupción. Pretender que la publicación de sueldos, regalos, actividades etc., evita conductas delictuales y abusos de poder es creer en cuentos de hadas; pretender que evitar y obstaculizar las puertas giratorias también es eficaz para luchar contra la corrupción es otro cuento, y ya por último, obstaculizar las excedencias voluntarias de altos funcionario, castigándoles con la pérdida de tal condición trascurrido un periodo, es una obsesión. Al final con todo esto se estará primando la mediocridad y castigando la excelencia. Se dice que la gente válida acepta las responsabilidades y la gente excelente las pide, y esto es lo que se puede perjudicar. Al final con tanta pamplina estaremos contribuyendo a que sólo sea la gente mediocre la que se dedique a la política, la que estudie una oposición, en definitiva, la que desee responsabilidades públicas, y los excelentes sólo se dedicaran a sus asuntos, a lo privado. Decía Quevedo que la envidia va tan flaca y amarilla porque muerde y no come, y algo de razón no le falta; también se dice que la envidia es un pecado nacional en España, y yo creo que no, somos igual de envidiosos que los ingleses o los franceses, pero la diferencia es que ellos saben disimularlo. La mejor forma de luchar contra la corrupción es generando cultura de la responsabilidad, del esfuerzo y de la excelencia, y sobre todo que la sociedad convierta en sus ídolos a gente con éxito, y no a los pícaros que tantas páginas han protagonizado en nuestra literatura.
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