Ramón Sarmiento

La Universidad: «palida mater»

Un profesor alemán, que ganó la cátedra después del 68, definió la universidad pre-68 de la manera siguiente: «Yo nunca he usado toga ni birrete». Era la universidad europea del ceremonial, de la etiqueta y de ritos medievales vigentes. Su estructura, eminentemente jerárquica, se regía por el axioma «los estudiantes vienen a aprender y los profesores a enseñar». Era una universidad para la élite, para los afortunados que podían costearse sus estudios. A la Universidad no se iba a aprender a vivir, se iba a ser culto. «La cultura es la inversión de la vida».

La antítesis de esta concepción es la revolución cultural de Mao. Estudiantes y profesores eran trasladados por los guardias rojos a los arrozales. En el fango, alumnos y catedráticos convivían con campesinos analfabetos. «Fin de la Universidad». Los académicos doblan su cerviz, humillan su inteligencia ante la tierra, ante la siembra, ante lo concreto. «La poesía retorna a las calles». Prosiguió la transformación y la Universidad se politizó. Los recintos universitarios no podían ser una torre de marfil ajena a la transformación del mundo. «Los filósofos han contemplado el mundo, lo que hace falta ahora es transformarlo», escribió Marx. La Universidad se convierte en un foco de irradiación política. Sí al compromiso. No a la neutralidad científica y burguesa. Llegó la Universidad de masas. La selección, los exámenes de admisión son una patraña burguesa. «Educación, primero para el hijo del obrero; educación, después para el hijo del burgués». La educación debe ser gratuita, libre, sin restricciones. El principio del igualitarismo niveló todo, hasta la inteligencia. Nubló el panorama educativo. La educación es ya un producto de consumo más. Paradójico.

Por fin, desaparecida la niebla que impedía ver la cruda realidad, podemos lamentar que la Universidad no es alma máter, sino «palida mater». Aquella «unión de alumnos y profesores» que ideó Alfonso X el Sabio está palideciendo irremisiblemente. Sin presupuesto, no hay ni élite ni poesía, ni política, sino incultura, prosa y demagogia en la calle. Es lo que hay, dice la voz sabia del pueblo.