Campaña electoral

La venganza de Campo Vidal

La Razón
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Como una diva furiosa por perder su papel de protagonista o como el actor secundario Bob, el presidente de la Academia de Televisión, aquel presentador de «atrezzo» en el último «cara a cara», el hombre que sabía demasiado pero al que no le valía para nada, guardaba su venganza en los detalles y los gazapos del directo en el debate. La cuenta atrás se le hizo interminable a Lourdes Maldonado, por ejemplo, cuando desde Antena 3 recordó que el espectáculo político, a punto de empezar, se había retrasado ya cinco veces. Entonces aparecieron unos rótulos con música de soniquete institucional, que parecía que se trataba del discurso del Rey en Nochebuena, y no habíamos comprado el pavo ni los polvorones, y luego los candidatos ya con un politono de discoteca de Benidorm y las caras oscuras que hicieron aún más impenetrables sus miradas. De una aplastante modernidad si se tratara de una parodia, sólo que estábamos ante el momento cumbre de la campaña. Hubo un momento en que dudamos de la integridad de los compañeros que estaban detrás de las cámaras: cuando se oyó un ruido de chatarra desplomada que presagiaba una serie de catastróficas desdichas. Fuego amigo en ese territorio neutral. Ninguno de los candidatos se inmutó ante el escrache técnico como de la Transición. Pepe Gotera y Otilio se encargarían de arreglarlo. Faltó Uri Geller doblando cucharas ante los protagonistas para enseñarles que si se mentalizan pueden evitarse nuevas elecciones. El tribunal periodístico, acostumbrado a realizaciones televisivas, porque en sus cadenas montan saraos de altura cada día, véase el anterior debate a cuatro en Atresmedia, aguantó los ruidos como de Poltergeist, mientras ponían en aprietos a los entrevistados, que de seguir las intermitencias hubieran doblado la cabeza como la niña de «El exorcista», sobre todo cuando llegó la hora de la corrupción. Fue cuando Albert Rivera tiró de hemeroteca interesada, pues no tenía en cartera ninguna portada que señalara a Pedro Sánchez o a él mismo y sus líos en Murcia y etc. De eso no hay que culpar a Campo Vidal, sino al descorbatado equipo de Ciudadanos. Del debate al váter. Rivera, en consonancia con el viejuno envoltorio, pasó de ser novedad a un producto de segunda mano, como los propios «papeles de Bárcenas», o el «waka waka» que se montó horas antes un Girauta bailongo a lo Iceta. El fin justificó los medios porque parece unánime que el joven se creció, pero subiéndose sobre los hombros de Rajoy, como un crío que quiere ver la primera fila de la cabalgata sea como sea. Y así hasta que Campo Vidal se transformó en Pedro Sánchez, el bello sin alma, el hombre que tenía su cuerpo allí y la cabeza en sus asuntos, que a estas alturas de la película no son de este mundo. La repetición del soniquete institucional nos devolvió al árbol de Navidad y quiso el destino que Sánchez se diera contra una rama nada más salir de allí. Seguro que fue idea de Campo Vidal.