Cristina López Schlichting

La victoria de noviembre

La Razón
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Me dijo mi amigo Antonio Jiménez, con ese olfato de los de más allá de Despeñaperros, que Mariano –tras el castigo electoral– debía «humillar», como los toros. Los que lo han pasado mal en la Historia tienen el don de percibir por dónde van los tiros. Por el contrario, yo no sé que tiene Moncloa que los acaba dejando tontos. La adulación hace creerse altos a los bajos, guapos a los feos, sabios a los estultos. A la gente lista le encanta tener críticos cerca, pero hay que ver qué poca gente lista entre los que mandan, incluso la comunidad de vecinos. Por fin, habla el presidente del castigo social y se compromete a bajar a la calle, que es cosa que horroriza a los poderosos. No hay garantías de éxito, sin embargo. Me río de los que se aventuran a hacer predicciones electorales, porque aquí puede pasar de todo. Desde que se repita lo de las municipales y gobierne Pedro Sánchez, apoyado por Podemos y los nacionalistas de izquierdas; hasta que sea presidente Pablo Iglesias; pasando por una remontada de la derecha. El obstáculo más importante para lo último es la incultura. En Atenas me dejó helada la intención de votar sin medir consecuencias, simplemente por «cambiar». Ese domingo ganó Syriza y ahora Grecia está a punto de salir del euro. En Centroeuropa se ha sufrido también la crisis, pero la gente apoya a los gobiernos que tiran del carro, sabiendo que todo cuesta esfuerzo. Cuanto más endeble culturalmente es una nación, más tentaciones padece de tirar la toalla cuando la dificultad aprieta. Tengo un cuñado que se crió en la RDA. Los de la Stasi lo visitaban regularmente para interrogarlo. Por ser cristiano no pudo visitar la universidad. En las tiendas estaba familiarizado con carteles del tenor: «No coger más de un producto por cabeza». Cuando ahora escucha criticar el sistema parlamentario o ensalzar la revolución popular, no da crédito. El drama de la derecha española es la incuria cultural, la falta de vínculo con la tradición humanista europea. La izquierda reivindica impunemente la guillotina o los soviets porque nadie explica las matanzas francesas de La Vendée o la invasión húngara del 56. Las más viejunas ideas marxistas parecen nuevas porque nadie defiende el valor de la pluralidad, de un hombre un voto, de la libertad que da la ley. Políticos que se pasan las normas por ahí mismo, como Ada Colau; o que están orgullosos de ser procesados, como Rita Maestre, son vitoreados. En noviembre veremos si prima en nosotros la Grecia clásica o la de Tsipras.