Alfonso Ussía

Landa

Siento debilidad por el apellido Landa desde mi lejana infancia. El «Landa» era la parada y el descanso en los viajes a San Sebastián. Los huevos fritos con morcilla. Hacia arriba, superado Lerma, el «Landa» era la ilusión. Hacia Madrid, en Pancorbo, cumplido el desfiladero, se dibujaba en la imaginación la torre del «Landa». Burgos distribuye los caminos, siempre con el permiso del «Landa» que nació hostal y hoy se eleva a «Landa Palace». Jamás decepciona. Ni la calidad, ni el lugar ni su formidable servicio, compuesto en una buena parte por trabajadores con cuarenta y cincuenta años de antigüedad. También Burgos y el «Landa» son ilusión y descanso hacia Santander y hasta Madrid de retorno. Un viaje sin detenerse en el «Landa» no es viaje ni es nada. Siempre los mismos rostros amigos, la misma cordialidad, la misma despedida, y el mismo «hasta muy pronto». Cuando se viaja hacia la bóveda verde del Cantábrico se hace con optimismo, que se convierte en melancolía si la carretera se come los kilómetros en busca de Madrid. Tengo un amigo, «landista» a tope, que denomina a la A-1, la autovía de Burgos, como «la carretera del “Landa”». Burgos de golpe, la torre a la izquierda, y el bellísimo y austero paisaje de Castilla ensuciado por centenares de molinos zancudos que producen la «energía limpia» que demandan los ecologistas «coñazo», causantes del destrozo de muchos y singulares paisajes de España.

Cuatro generaciones de mi familia han ido, venido y siempre descansado en el «Landa». El «Landa», además de su altísima calidad humana y gastronómica, es como la continuidad de nuestra casa, una casa que pertenece a centenares de familias que van y vuelven al norte y desde el norte. A un kilómetro apenas del «Landa», las sendas se dividen. León, Palencia, Valladolid, Santander, Vitoria, San Sebastián, Bilbao, Logroño, Pamplona... Todos los caminos llevan al «Landa».

De ahí mi disgusto cuando alguien osa mancillar ese apellido, que es castellano alto y vasco simultáneamente. Se da en la Alta Castilla y en Álava. De todos los que han leído un poco es sabido que Sabino Arana despreciaba a los alaveses, a los que denominaba «castellanos o burgaleses». Como si Burgos y Castilla no representaran la luz cegadora de nuestra mejor Historia.

No comparto con Rajoy la afición al ciclismo. Pero me interesan las etapas de alta montaña de las grandes carreras, el «Tour», el «Giro» y la Vuelta a España. Más aún, si un ciclista español puede conquistarlas, como ha hecho Alberto Contador por segunda vez en el «Giro» italiano. Y me sorprendió un ciclista alavés apellidado «Landa», como mi segunda casa. Buen ciclista. Un gran grosero.

Con enorme mérito deportivo, Landa el ciclista, terminó el «Giro» italiano en tercera posición. Subió al podio, con Contador en lo más alto y el italiano Aru en el segundo escalón. Después de recibir unos regalos y los ridículos besos de las azafatas de turno, se oyó en su versión completa el Himno de España en honor de Contador. Éste, inmediatamente, se descubrió. Lo mismo hizo el deportista italiano. Pero Landa no fue capaz de cumplir con el esfuerzo y la cortesía de quitarse la gorra. Ostentosamente, sin inmutarse, dio un recital de desprecio a España ante otro español –mejor que él–, y muchos italianos que respetaron nuestro Himno.

Y por vez primera en mi vida, que ya es larga, el apellido Landa se me atravesó. Cuando he sabido que nada tiene que ver con la familia del «Landa», he respirado tranquilo y retomado el sosiego. Un Landa no puede ser tan mamarracho.