Joaquín Marco
Largo proceso
Andamos en las últimas semanas muy atareados con las elecciones andaluzas y las nuevas formaciones emergentes, con los nombres que figuran en las futuras elecciones municipales y autonómicas (en las que se han incorporado intelectuales de prestigio) y con el agobiante fútbol europeo. Los españoles nos estamos especializando, además, con desmedida afición en la caza del corrupto, una vez abierta la veda en casi toda la geografía nacional. Éstas y otras razones han alejado del primer plano la soterrada y polémica situación de la política en Cataluña, convertida aparentemente y de forma circunstancial una vez más en «oasis», como se calificó en el pasado. En estos días, sin embargo, ha llegado a mis manos un libro apasionante de Jordi Amat, en lengua catalana, aunque los lectores interesados que no conozcan la lengua no han de descartar el esfuerzo de leerlo. Se titula «El llarg procés». Y se subtitula «Cultura i política a la Catalunya contemporània (1937-2014)», publicado por la editorial Tusquets. Jordi Amat (nacido en 1978) es un estudioso que ha dedicado parte de sus esfuerzos a biografiar a personajes del periodo, logrando diversos premios, como el Gaziel en 2009, y el prestigio como columnista y colaborador de «La Vanguardia». Tal vez por ello el ensayo resulte tan atractivo en su articulación, aunque si se consultan las fuentes utilizadas nos llevaremos la sorpresa de hasta qué punto los jóvenes historiadores catalanes han hincado ya el diente en muchos aspectos relevantes de esta etapa. Pero Amat ha trabajado además con materiales originales, memorias, confesiones y ha consultado epistolarios y archivos, que no agota. Cabe añadir que la suma de los años me ha permitido conocer más o menos a fondo a buena parte de los protagonistas del libro. Ha elegido bien su autor al no remontarse hasta los orígenes de la llamada Renaixença, del siglo XIX, y remitirnos sin excesiva acritud a los años en los que una facción de los intelectuales catalanes forjados en la preguerra colaboran con el nuevo régimen sin disimular sus posiciones. Amat define con precisión documental las actitudes de personalidades tan definidas como Cambó, Estelrich, Gaziel o Aunós. Flotará sobre ellas la figura de un todavía joven Josep Pla. Iremos descubriendo su camaleónica figura a lo largo del libro en sus diferentes etapas y como aquel conspirador que intentará adaptar, sin embargo, una idea propia si no original de una Cataluña cambiante. Cuando le conocí en la redacción de la revista «Destino» estaba a punto de publicar su obra completa incitado por Josep Vergés y se mostraba inquieto ante la posición que los jóvenes podrían adoptar ante su obra. Traté también de cerca a Juan Ramón Masoliver,así como su pronta renuncia a ocupar cargo oficial alguno, eligiendo un dorado destierro de corresponsal de «La Vanguardia» en los años de la II Guerra. Junto a Guillermo Díaz-Plaja habían creado ya los Premios de la Crítica y más tarde con Joaquim Molas y otros realizamos un apasionante viaje a la extinta URSS. Amat trabajó en los archivos de Díaz-Plaja, de modo que conoce de primera mano la documentación al respecto. La consideración de dos de mis maestros, Jordi Rubió i Balaguer y Jaume Vicens Vives me ha permitido deambular por los recuerdos de mi juventud, cuando cursaba los últimos años de Facultad. Mi relación con Vicens Vives fue de alumno durante dos años, en sus clases de la Facultad de Historia de la Universidad de Barcelona y de inmediato pasé a colaborar en su revista «Índice Histórico Español» que dirigía. Tuve también con Vicens una breve relación de amistad. Conocía sus posiciones políticas, que no disimulaba, pero Amat descubre zonas que habían de serme forzosamente desconocidas. Ya las primeras páginas del libro, donde describe el vídeo de la salida del president Mas a las puertas de la Generalitat, tras el fracasado encuentro con Rajoy (20-09-2012), y con presencia de un grupo de intelectuales en una manifestación de apoyo entusiasta, justifican el largo tramo histórico que vamos a recorrer. El papel de Jordi Pujol es analizado también en sus diversas fases, desde su lucha personal antifranquista o su ambición de construir un país haciéndose con todos los resortes, desde la Banca a los medios y, ya en su programa de gobierno, con la enseñanza y la televisión. Creo que Amat manifiesta aquí la máxima objetividad al relatar lo que ha de calificar como «largo proceso». Pero debe admitir que «la identificación entre líder, nación y proyecto durante más de veinte años, con el partido y la Generalitat como mediadores, identificando enemigos interiores y exteriores del proyecto mismo, creó también espacios para la opacidad, el populismo y la estigmatización maniquea del contrario, tres disolventes que dificultan la consolidación de una convivencia democrática de calidad». Tal vez exagere un tanto el protagonismo de algún personaje como Josep Benet, aunque fuese el alma en la sombra, y echemos de menos alguna referencia más a Ramón Trías Fargas, de quien Amat ha escrito una biografía. Con todo, entiende que el pujolismo ha llegado a su fin, pero tan sólo alude de paso a la confesión del patriarca. Apasionante resulta el capítulo dedicado a Jordi Solé Tura y a su libro «Catalanisme i revolució burgesa», publicado en 1967. Aunque se entendió como precisaba el título, sugerido por Francesc Vallverdú, tal vez el autor tenga razón en una interpretación más profunda y menos simplista. De lo que no cabe duda es que aquella versión marxista de Prat de la Riba, que había de provocar tanto revuelo, culminó y, a la vez, fue determinante en el desconcierto en el que ha venido a sumirse la izquierda catalana. Ni siquiera el «mestre» Josep Mª Castellet logró salvarse. El PSC y Pasqual Maragall, tan eficaz como alcalde, fracasó al intentar aglutinar, como presidente de la Generalitat, a una izquierda de tan diferentes sintonías. Las referencias al Coby de Javier Mariscal resultan más que ingeniosas. Reflejan una cierta oposición entre la capitalidad barcelonesa y su voluntad de huir del localismo frente a una Cataluña rural, próxima al radicalismo soberanista. El libro, que no pude abandonar desde su primera página, revela que la historia –y también la relación de los intelectuales con ella– es siempre más compleja de lo que parece. Su labor impagable es la de abrir un diálogo con el lector interesado. El problema de Cataluña no puede simplificarse sin conocer todos los fenómenos que comporta. Resulta también un repertorio de inquietantes preguntas y en ningún caso pretende ser exhaustivo o dogmático, sino liberal en el mejor sentido de la palabra.
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