Marta Robles
Las segundas viudedades
Estamos en el siglo XXI, pero eso no es óbice para que sobrevivan algunos monstruos del pasado. Por ejemplo, el de las viudedades compartidas. ¿Qué sentido tiene que un Estado no reconozca la poligamia en vida, pero que cuando llegue la muerte la respete tanto como para repartir las pensiones de viudedad entre el cónyuge actual y los anteriores? Si cuando uno se descasa lo hace para siempre y con todas las consecuencias, y se reparte el pan y la sal, digo yo que eso debería quedar zanjado ahí y no removerse más, independientemente de los años que hayan pasado desde que el fallecido se divorciara o el tiempo que hubiera estado casado previamente. Pero no es así, los viudos han de repartirse las pensiones en función del tiempo de matrimonio compartido.
Está claro que a la ley le cuesta ponerse al día, pero ahora que los esponsales son de quita y pon y que se pueden contabilizar mas de dos y más de tres, parece que se niega a observar que el derecho matrimonial debería ser revisado. Porque ya es mala suerte que en el momento trágico de una pérdida la «ex» se presente con una pamela de dos metros en el funeral y le intente robar protagonismo hasta al finado, o que el «ex» aparezca con un ramito de violetas en la solapa porque «eran las preferidas de Mariví», a la que no veía desde hacía diez años. Como para que, a tal humillación, los viudos titulares tengan que sumar la de repartir los dineros estatales con los mismos a los que, por regla general, los que ya no están, no querían ver ni en pintura.
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