José Luis Requero
Las uvas de la indignidad
Queda ya muy lejana la retransmisión de las campanadas de Noche Vieja y todo lo que ha dado de qué hablar esa «presentadora» que se atavió con una pseudorropa a base de transparencias. Pero vuelvo sobre ella porque mientras que el sexismo se proscribe en la publicidad, gracias a lo cual se han retirado bastantes anuncios, no pocas televisiones no se sienten concernidas. Imagino que los honorarios que percibió esa «presentadora» y la cuota de pantalla que logró la Sexta prevalecieron sobre su dignidad.
La hipocresía está en alza. Un caso bien reciente es la serie de Alatriste, donde las peleas de espadachines se aderezan con el inevitable desnudo femenino, quizás porque recrea el alocado siglo XVII. En el tardofranquismo se habría apelado a las «exigencias del guión». Más grave es esa Prensa que se erige en defensora de los derechos de la mujer y altavoz del feminismo, pero que no renuncia a los ingresos que le reportan los anuncios de prostitución. Su idea de la dignidad femenina no ve obstáculo en lucrarse gracias a una actividad de cuyo fondo no hay que excluir el tráfico y la explotación de mujeres.
Otro tanto ocurre con el aborto, a lo que ya me he referido en estas páginas. Hay que insistir porque se insulta a las mujeres cuando se presenta como un derecho, como signo de liberación y autonomía que una madre acabe con la vida del hijo que espera. La realidad es que es ella quien sufre de por vida el trauma postaborto, la que es presionada incluso desde su ámbito familiar para dar ese paso, mientras que el hombre queda liberado de toda carga y las clínicas abortivas aumentan sus ganancias a su costa. Y lo mismo cabría decir de la píldora a secas o de la píldora del día después: quien ingiere ese condumio hormonal es la mujer presuntamente liberada, a la que los laboratorios ya se cuidan de silenciar los efectos de tales ingestas.
Que esto lo defiendan quienes se tildan de feministas confirma que profesan un feminismo –llamémoslo radical o de género, no de igualdad ni de dignidad– que no es más que una segunda marca del machismo más odioso y sibilino. Lo prueba también su silencio ante la industria de la pornografía, monopolizada por la imagen de la mujer o ese silencio planetario frente al aborto selectivo –solo de niñas– que se practica en ciertos países asiáticos: que yo sepa, frente a él no hay famosos ni famosas que se indignen, ni cantantes que tengan a bien componer canciones y grabarlas con puestas en escenas corales.
En fin, mucho habría que insistir en lo insultante que resulta que haya quienes con tal de atacar a nuestras raíces se alíen con un islamismo que veja a la mujer a golpe de costumbres humillantes, y cuya última gran iniciativa es el empeño en fomentarlo reivindicando la catedral de Córdoba. Y no menos chocante es que cuando se habla de la dignidad de la mujer, el Gobierno no sólo mantenga la ley del aborto, sino que se de tanta prisa para legalizar el llamado «vientre de alquiler», una medida que potencia que haya mujeres que vendan su maternidad y su dignidad como madres. Pero, ¿qué es eso frente a los intereses del «lobby» gay?
Vuelvo a las uvas de Noche Vieja. Que voluntariamente esa «presentadora» se exhibiese como se exhibió en nada atenúa su indignidad. También se dice que las que se prostituyen lo hacen voluntariamente, lo que tampoco menguaría la indignidad; supongo que otras abortan también voluntariamente –lo contrario sería delito–, o voluntariamente ingieren los distintos modelos de píldora, o alquilan su cuerpo a una pareja de homosexuales. Todo es porque quieren, como se supone que otras que se esconden tras un velo o un burka es también porque quieren.
Hechos positivos como que haya mujeres con mayores responsabilidades –ahí está la primera fiscal general del Estado o la presidenta de un gran banco– conviven con otros que las instrumentalizan cada vez más o suponen una creciente dosis de indignidad, lo que no parece merecer el firme, claro e inequívoco rechazo de la mujer. Su mayor protagonismo, influencia y poder no reduce esas patologías. Toda una paradoja.
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