Ángela Vallvey

Lealtad

La grey es el humano rebaño, conjunto de individuos que forman una congregación; un grupo homogéneo de seres que comparten un común denominador, como aquellas fracciones que siempre se dividían por el mismo número sin cansarse nunca de tal monotonía matemática. Entre las filas de la derecha política española, y también entre los monárquicos, hay algunas actitudes y procederes compartidos que destacan como una seña de identidad. Aclaremos que, en España, ser de derechas no siempre significa ser monárquico, aunque a la viceversa sí suele funcionar la relación: pocos monárquicos (no «juancarlistas», sino monárquicos a la antigua usanza) suelen ser de izquierdas, por tradición y lógica. Existe una condición que ha sido especialmente valorada por los miembros de ambos colectivos: la lealtad. Lealtad es fervor. Un apego a la causa casi religioso. Un respeto que conduce a la entrega, incluso a la adoración. El español monárquico, y el de derechas (y no digamos si es monárquico, de derechas y español), aprecia la lealtad por encima de todo. La lealtad es devoción por la creencia. Significa que hay que ser muy cafeteros para profesar tal inclinación. El monárquico se sacrifica por sus dogmas, se inmola, literal o realmente, si su rey se lo pide. Algún monárquico hay por ahí que ha dejado muestras de la extraordinaria querencia a su soberano en forma de palabras contundentes grabadas en el mármol melancólico de su tumba. Del monárquico resulta impensable que traicione «la causa». Los monárquicos aceptan con admirada, sacrificada y a veces suicida disciplina lo que su señor mande. Los políticos de la derecha también cuentan con la lealtad entregada de sus votantes hagan lo que hagan por ganársela o por infirmar ésta, incluso vilmente.

Por lo menos, eso es lo que venía ocurriendo hasta ahora. Aunque los tiempos están cambiando mucho. Y cualquiera sabe.