José Antonio Álvarez Gundín
Lección de Paciencia
A la hermana Paciencia Melgar, monja guineana destinada en un hospital de San Juan de Dios de Liberia, se le negó el traslado sanitario a España porque la daban por desahuciada y, además, no tenía los papeles en regla. El misionero Miguel Pajares rogó hasta su último aliento para que la trajeran y la curaran en el Carlos III. Fue en vano. Incluso hubo gente del sector sanitario que arrugó el hocico, pues esos gestos de generosidad no entran en el convenio. Así que sor Paciencia fue aislada en un barracón infecto de Monrovia sin otra esperanza que aguardar una muerte rápida. Pero ocurrió el milagro, tal vez el último del Padre Pajares en vida, y la monja se curó. Hoy, su sangre vencedora del ébola es la esperanza mayor de la enfermera española que se había ofrecido voluntaria para atender a los dos misioneros. Un gesto que, más allá de protocolos, dice mucho de su entrega y abnegación. Que ahora la sangre de Paciencia le salve la vida (hay probabilidades de curación) es un guiño poético del destino y el mejor tributo que se le pueda hacer a la memoria del Padre Pajares. Dice un viejo refrán que «por la caridad entra la peste». Eso mismo están diciendo ahora no pocos españoles, alarmados y atemorizados por un virus que ha logrado saltar de los suburbios miserables de África al corazón de una capital europea. No seré yo quien haga reproches a los asustados. Nadie está obligado a ser un héroe. Pero sería indigno no admirar la lección espiritual de Paciencia, la monja negra (sí, negra y sin papeles) que, aun siendo rechazada, ofrece ahora el tesoro de su sangre a quienes le dieron con la puerta en las narices. La peste no entra por la caridad, sino por el egoísmo. África señala con el dedo a una Europa hipócrita que sólo la redimen algunos héroes como los misioneros Pajares,García Viejo... y Paciencia.
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