Lucas Haurie
Libre albedrío
No será una gripe, por muy con los cuernos en punta que venga, lo que provoque la primera defección en siete años de esta columna. Desde que, en buena hora, su seguro servidor recibió la llamada de LA RAZÓN en el taxi que lo conducía al aeropuerto Comodoro Arturo Merino Benítez, de Santiago de Chile, ni un solo día ha dejado de enviar los textos que le ha requerido la superioridad, a veces en condiciones realmente complicadas. Cuando se carece de brillantez, es necesario poseer al menos un acendrado sentido del deber.
Los cristianos, mucho más los seguidores de confesiones protestantes que en esto nos aventajan, creemos en el libre albedrío, en la facultad que Dios nos otorga para elegir entre el bien y el mal. Un trabajador mahometano asume una orden directa con la palabra Inch Allah (así lo quiera Alá: nuestro ojalá) y corona el trabajo hecho con la expresión Alhamdulillah (alabado sea el Altísimo), mediante la que arroga a la Providencia todo el mérito en la realización de la tarea. Y no: lo que hizo que este periodista se levantase anoche para cumplir con la empresa y los lectores no fue ningún soplo divino, sino exclusivamente la fuerza de voluntad y el íntimo convencimiento de que sólo podemos mejorar el mundo mediante la suma de pequeños esfuerzos. Nadie entienda en este artículo una protesta de heroísmo porque tampoco es que se haya puesto en juego la vida o la salud. Se trata simplemente de la reivindicación de los principios morales que han convertido a Occidente en la vanguardia de la civilización gracias a la conciencia individual de cada uno de los ciudadanos.
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