Alfonso Ussía

Libros de humor

La Razón
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Los mejores libros de humor son los involuntarios. Esto es, los que no pretenden el humor ni la sonrisa porque, según sus autores, su mensaje y proyección aspiran a cirros más trascendentales. Un generoso lector me regaló, decenios atrás, una auténtica joya bibliográfica, no como las que regala el pringoso petulante a Mariano Rajoy, y que al decir de Arcadi Espada no se ha leído, pues de haberlo hecho, mucho se hubiera guardado de obsequiarlo. El «Juan de Mairena», además de desigual y pretencioso, es un ensayo inmerso en la obviedad, con algún rasgo interesante. «De aquellos que dicen ser gallegos, catalanes, vascos, extremeños, castellanos, etcétera, antes que españoles, desconfiad siempre. Suelen ser españoles incompletos, insuficientes, de quienes nada grande puede esperarse. Y si es andalucista, será también un español de segunda clase y un andaluz de tercera». Queda claro, como apunta Espada, que Iglesias Turrión conoce a Machado únicamente por el disco de Serrat. Pero vuelvo a mi joya. La primera edición de «Bizkaia por su Independencia» de Sabino Arana Goiri. Un genial y desternillante despropósito. Los Arana eran dos hermanos, el tonto y el listo. El tonto fue Sabino, y el listo, bastante más joven, Luis. De un paseo fraternal prolongado surgió el «vizcaitarrismo», germen del nacionalismo vasco. Arana hablaba con Dios y Luis con el Diablo. Mientras el primero se inventaba la Historia de Vizcaya, el segundo diseñaba, inspirándose en la «Union Jack», la «ikurriña» –banderola, banderita según literal traducción–, que resultó más que lograda, sustituyendo el azul de Escocia por el verde de los bosques y valles vascos. También tengo la primera edición de «De su Alma y de su Pluma», formidable libro de humor, y una posterior edición, no venal, que editó y regaló a sus amigos el periodista donostiarra Román Cendoya, porque lógicamente el PNV no lo ha reeditado para no colaborar con el ridículo de su fundador. Otro gran libro de humor es el titulado «Libro de Jomeini», que leo cuando me amenaza el decaímiento anímico.

José Luis de la Granja Sainz ha escrito –he leído la crónica que le dedica en «El Mundo» Leyre Iglesias–, un ensayo sobre Sabino Arana que promete. «Ángel o Demonio: Sabino Arana. El patriarca del nacionalismo vasco». Sus cartas a su mujer, Nicolasa Achica-Allende, con la que pasó su viaje de novios en Lourdes, aunque no se diera el milagro. Arana, el representante de Dios en Vizcaya –Guipúzcoa le importaba menos y despreciaba a Álava–, y estrepitoso y monumental machista. «Si el hombre no amara a la mujer sería sólo bestia de carga... ¿Por qué me dices que te trato como a esclava?». Y la siguiente perla: «La mujer es vana, es superficial, es egoísta, inferior al hombre en cabeza y corazón». Aun así, todavía hay decenas de miles de mujeres nacionalistas vascas que adoran y veneran a su fundador.

Sus escritos de la conversión de Arana al españolismo se guardan en los archivos del PNV con hermética cautela. Así le escribió a su pobre Nicolasa: «El partido nacionalista morirá este mismo año y los nacionalistas se harán españolistas». No era precisamente humilde, que es virtud de inteligentes: «Si te reprendo (a Nicolasa) es porque te quiero, como Dios Nuestro Señor suele reprender a un alma». Compraré el libro al vuelo de su aparición.

Para regalar libros con la intención de dar lecciones al regalado, es fundamental habérselos leído previamente. En el caso de Iglesias, el libro entregado a Rajoy no es de humor involuntario. Lo humorístico ha sido la entrega y la dedicatoria. En el caso de Arana, Jomeini, Xirinachs o Monedero, con sus poemas al Orinoco que llora la muerte de Chávez, la mejor manera de asumir sus obras es mediante la sonrisa. No tuvo el incansable Carulla intención de hacer reír cuando versificó la vida de Jesucristo. Era hombre de método, métrica y rima. Otra joya. Su lectura es obligada. Pero de muy difícil contención humorística cuando se lee la primera estrofa de su magna obra:

Nuestro Señor Jesucristo

Nació en un pesebre.

¡Cuando menos se piensa,

Salta la liebre!