Restringido
Llanto por la infancia perdida
Puede que lleve razón Rilke y la infancia sea la verdadera patria del hombre. Pero observando hoy la página de sucesos, nos encontramos con infancias sombrías, que nada tienen que ver con «aquellos días azules, aquel sol de la infancia», que fue el último verso que escribió Machado. Según uno de los pocos supervivientes del espantoso naufragio del domingo frente a las costas de Libia, entre los centenares de ahogados había cuarenta o cincuenta niños. Un dato estremecedor, un caso patente de infancia perdida, liquidada antes de tiempo, sumergida en el fondo del mar, sin más días de sol ni días azules, sin féretros blancos siquiera y, por supuesto, sin patria y sin nombre. Y ante una tragedia como ésta, los dirigentes de la próspera Europa, de tradición cristiana, asentada en la otra orilla del Mediterráneo, se reúnen una vez más, puede que inútilmente, para ver cómo frenan esta romería marítima de pateras de la muerte, sin abordar el abismal desequilibrio de nivel de vida entre las dos orillas, que es la causa de todo. Pero hay que pasar página. Otro suceso despierta más interés. Está directamente protagonizado por un niño, un alumno barcelonés de 13 años y, por tanto, sin responsabilidad penal, seguidor habitual de la violenta serie «The Walking Dead» y de las páginas de luchadores de «Wresting», que entró armado en el instituto, hirió a varios y mató con una ballesta fabricada por él a un profesor que acababa de llegar. El muchacho almacenaba en casa material para fabricar un cóctel Molotov. Parece que la educación de este niño, como la de miles de sus coetáneos, se nutre de internet. Su patria –basta observar a estos preadolescentes– es el «esmarfon». Muchos han perdido la inocencia.Viven a su aire, en un mundo aparte, tan cerca y tan lejos de sus semejantes, sin sol ni días azules, sin controles ni límites. El 21,9 por ciento abandona la escuela antes de tiempo en España. Etcétera. Hoy es preciso, si se me permite, llorar por la infancia perdida, futuro de la patria.
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