Alfonso Ussía
Los aires
Esa diputada de «Podemos» ha usado a su niño, y cuando se usa innecesariamente a un niño, se abusa de él. Demagogia de saldo. En el Congreso hay una guardería para los niños de los diputados y los empleados. Funciona muy bien y se paga por su utilización una cantidad simbólica. Tendría que ser gratuita. Con lo que han costado las carteras de «Löewe», los Ipad y la telefonía móvil, se pueden financiar tres guarderías como la magnífica que ofrece el Congreso. El niño es muy guapo, más guapo que su madre, cuyo rostro parece esculpido por diferentes escultores de distintas épocas. Pablo Iglesias tomó al niño entre sus brazos, lo elevó y cuando dedujo que en cualquier momento podía desencadenarse un torrencial fluido desagradable se lo endosó a Íñigo Errejón, que terminó del niño hasta el gorro. Mucha tristeza acumulada en el rostro del joven podemita. Finalmente, para culminar el postureo, la madre del niño le dio de mamar. Eso no es postureo. Eso es una falta de respeto al Congreso, al niño y a la teta. Se trata de un maravilloso acto que requiere de intimidad. El sonido de la succión mamaria pierde su encanto en un escaño parlamentario. Y después de la alimentación materna, con y sin biberón suplementario posterior, viene lo malo. Los aires. Hay que abrazar al niño y con una mano, suavemente, golpear la espalda del infante para que suelte los aires entre sus gorjeíllos. Si todo eso se desarrolla en una guardería, en un local apropiado para el caso o en el hogar de la madre y el niño, no hay problema. Pero someter al niño al agobio de soltar los aires delante de cuatrocientos desconocidos, muchos de ellos con un aspecto atroz y en un ambiente cargado de sudor de senderistas desorientados, es una majadería.
El niño parece que no se entera de nada, pero admite y archiva en su mente las impresiones, los olores y la situación. Todo lo que no corresponda a su edad, es una falta de respeto al niño. Coinciden tres talentos en lo fundamental. Nada menos que Freud, Einstein y Benavente, nuestro Premio Nobel, que gustaba mucho de los niños. «Los acontecimientos ocurridos durante los primeros cinco años ejercen una influencia sobre la vida del hombre que no puede anular ningún posterior suceso». Opinión de Freud. «Nuestra actitud hacia las cosas está condicionada en gran parte por opiniones, sensaciones y sentimientos que experimentamos en el ambiente de nuestra infancia». Opinión de Albert Einstein. «El niño parece que no se entera y nos está escuchando. Es un error creer que los niños no comprenden. Comprenden demasiado pronto. Es la equivocación de los mayores, y ¡qué hondas son las impresiones que se reciben de niño, y cómo influyen para toda la vida!». Palabras de Benavente.
Con independencia de la inmisericorde pasarela informativa que padeció el niño de la diputada de «Podemos», la gravedad de su abuso se resume en estas opiniones, que no provienen de mentes cerradas ni alejadas de la observación simple, que es la más brillante que procura la inteligencia. Ese niño, ese inocente, ignora quién es Pablo Iglesias, el que lo tomó en sus brazos y lo dejó cuando intuyó el curso de la meadilla; ese niño, ese inocente, no sabe quién es Íñigo Errejón, el que se hizo el sueco cuando su madre le pidió que le sacara los aires después de la parlamentaria mamancia, o mamoneo, o mamandurria.
Pero como Freud apunta, no podrá jamás anular de su mente sucesos tan desagradables. Le acompañarán, calladas en una esquina de su sensibilidad, esas imágenes tan confusas e inapropiadas para su lógica. Ese niño, ese inocente, ha sido tratado sin consideración y por unas fotografías de propaganda y publicidad partidista, le han hecho víctima de un abuso intolerable.
Esas imágenes podrán ser en el futuro su tortura. Y a ver si aprende Errejón a sacar los aires de un bebé recién separado de una teta de ideología afín. Esos aires.
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