Cristina López Schlichting

Los bancos de los 80

La Razón
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En las tardes de barrio evitábamos cuidadosamente los bancos de los drogadictos, esos seres delgados, casi translúcidos, sin dientes muchas veces, perdidos de heroína y de sida. Habían cruzado un umbral que los chicos de los 80 sabíamos letal, era rara la familia que no había sufrido la muerte por drogas de un hijo o dos. Y ahora que hemos aprendido sobre el caballo y visto «Yo, Cristina F», va y se nos mete en casa, esta vez con aspecto de pariente inofensiva. Porque se ha convertido en pariente. Se hizo amiga en los botellones y las noches de pastis sin fin. En los viernes, que a veces duraban hasta el domingo, en que empezaba la gran dormida. En el alcohol, que siempre acompañaba las risas, y el cannabis, que daba la libertad y la alegría que no tenías. Y un día te caes en el baño y no puedes ir al trabajo. O levantas la voz violenta. O una furia te ciega y le sueltas un guantazo. Y las tres veces te curas con un cigarro y un bote de cerveza. O un porrito. Un pelotazo. Y ya estás ahí, enganchado. Conservas los dientes y el peso, pero ya no eres tú. Por dentro tienes el mismo desamparo estúpido de aquellos de los bancos de los 80, la desorientación de quien no tiene otro norte que la priva o la hierba, la falta de ganas, el hastío que sólo levanta el telón cuando llega ella. Eres, al fin y al cabo, drogadicto del siglo XXI.