César Vidal

Los esclavos felices

Tras el atentado terrorista contra Charlie Hebdo, con las excepciones que quepa señalar, las opiniones se han dividido entre las que señalan el peligro islámico y las que apuntan al riesgo de tener opiniones negativas sobre la religión predicada por Mahoma. No rechazo de plano esas conclusiones, pero temo que el problema es mucho más profundo y se encuentra en nuestra sociedad. Hace apenas unas décadas, cuando Irán decretó una fatwa condenando a Salman Rushdie por su novela «Los versos satánicos», los editores occidentales reaccionaron publicando solidariamente el libro. Hace un lustro, cuando una publicación escandinava osó sacar a la luz unas caricaturas sobre el islam, la inmensa mayoría de las instituciones y de los medios optaron por doblegarse abriendo un camino indeseado a los recientes asesinatos. Jirón a jirón, la vieja Europa ha aceptado las mentiras de lobbies ferozmente decididos a limitar la libertad de expresión. Vez tras vez, hemos presenciado a unas instituciones y a unos medios interesados y timoratos que han enseñado a la sociedad a arrodillarse. El islam no ha sido el único ejemplo. En España, hemos tolerado sin pestañear que se mintiera sobre ETA porque había periodistas y políticos que se habían ensuciado la ropa interior y vendían la falsedad de que terroristas sanguinarios eran «hombres de paz». Hemos consentido que centenares de miles de españoles se exiliaran de Cataluña o las Vascongadas a causa del nacionalismo moderado porque los paniaguados mediáticos lo ocultaban. Hemos permitido que los dislates de la ideología de género en todas sus manifestaciones implantaran una censura feroz en aulas y redacciones hasta el punto de que las únicas críticas contra ella se producen en voz baja y a puerta cerrada. Se ha ido cediendo, parcela a parcela, la libertad para evitar la censura o el despido. Actuando así, se ha lanzado un mensaje de rendición ante los liberticidas y que, si son violentos, como los islamistas o los terroristas, resultará incondicional. En las horas posteriores al atentado, algún periodista español llegó a afirmar que lo más prudente sería la autocensura. No es lo más prudente. Sólo lo más cobarde, aunque –justo es reconocerlo– sería simplemente continuar un camino ya transitado durante años. Esa senda hacia la esclavitud se halla empedrada de las complicidades, los silencios y los sobornos de todos los que debieron enfrentarse a los ataques contra la libertad –no sólo los islámicos – y han preferido callar y acomodarse. Sin duda, así llegarán a convertirse en esclavos, pero es dudoso que además sean felices.