Energía eléctrica
Los precios y el ministro
La economía nos enseña que los precios de las cosas se forman según sean los avatares que afectan a su oferta y su demanda, mediatizado todo ello por la configuración institucional del mercado de que se trate. Hay veces que un mismo acontecimiento afecta a los precios de diferentes bienes, aunque no necesariamente de la misma manera. Por ejemplo, el recrudecimiento del invierno durante las últimas semanas ha dado lugar a la subida del precio de la electricidad y también de los calabacines. Por cierto, que éstos han aumentado su valor bastante más que aquélla, aunque ello apenas ha tenido eco en la Prensa. No como lo de la luz, que ha supuesto una algarabía. El caso es que las secas heladas que hemos vivido hace nada han dado al traste con una buena parte de la cosecha de hortalizas haciendo caer la oferta y empujando el precio hacia arriba, toda vez que a los consumidores nos sigue gustando transformar los calabacines en pisto, crema, tortilla, rellenos diversos y otros manjares suculentos. Sin embargo, esas mismas heladas lo que han ocasionado es un aumento de la demanda de energía –seguramente porque el frío es malo para la salud y, además, hay que cocinar los calabacines–, lo que ha obligado a producirla a un coste más elevado al tenerse que utilizar centrales que queman gas para obtener electricidad. La consecuencia no ha sido otra que eso que impropiamente llamamos «luz» también ha subido de precio.
El asunto no habría pasado de ser anecdótico –me refiero al de la luz– si no hubiese sido por la torpeza de Álvaro Nadal, ministro de enrevesado título que se ocupa del ramo, quien, antes de que lo hiciera la oposición, decidió salir a la palestra y airear a los cuatro vientos –es un decir, porque en esos días había una calma chicha– las cotizaciones horarias de la electricidad y, de paso, dar pábulo a inventadas conspiraciones acerca de su causa. No olvidemos que, entre los españoles, hay mucha afición a atribuir las desgracias a oscuros contubernios entre los poderosos, aunque paradójicamente no solemos culpar al Gobierno del mal tiempo –como pasa con el italiano «piove, porco governo!»–. Y, claro, tras la andanada del ministro, han ido todos los demás: políticos de la oposición, periodistas poco duchos en sumas y restas, medios de comunicación, redes sociales y demás parafernalia al uso. Todo para nada, porque el ministro se ha visto obligado a ir al Congreso a defender las instituciones que regulan el mercado eléctrico y a decir que no piensa cambiarlas, causando así inquietud y resignación entre los consumidores. Entretanto, la ministra de Agricultura –que es persona prudente y curtida en los asuntos del agro– no ha dicho nada sobre los calabacines, con lo que nos los seguimos comiendo sin el menor sufrimiento pese a su elevado precio.
Moraleja: aprenda usted, ministro Nadal, de su compañera, que, aunque no sea economista de altos vuelos, le aventaja en sensatez y experiencia.
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