Luis Alejandre
Los rápidos de Bangui
Cuando en 1989 iniciamos nuestra participación en misiones internacionales, lo hicimos por África: Namibia, Angola, Mozambique. Luego, cambiamos de continente y aterrizamos en Nicaragua, El Salvador y Guatemala, a la vez que nos comprometíamos seriamente con el conflicto de los Balcanes en pleno corazón de Europa. Sin tiempo a reposar, de pronto alargamos el brazo de la intervención y aparecimos en Asia: Kurdistán, Irak y finalmente Afganistán, donde aún permanecemos. Ahora, parece que volvemos a los orígenes y no descarto que por bastante tiempo. Normalmente a misiones de este tipo se sabe cuándo se va, pero es difícil saber cómo y cuándo se sale. Estamos desplegados –mar y aire– en el Cuerno de África luchando contra la piratería y ayudando a recomponer sistemas de seguridad en estados fallidos; en Mali estamos más que comprometidos, y en la última misión desplegada en República Centroafricana también llegamos con vocación de permanecer, junto al aliado europeo que mayor peso específico –e intereses, no lo olvidemos– tiene en la zona, que es Francia. Con ellos nos hemos unido también en el dolor tras el accidente del MD de Swift Air. El destacamento español del Ejército del Aire desplegado en Dakar ha contribuido en las labores de rescate.
Del otro destacamento aéreo, el desplegado en Libreville, Gabón, al que me referí en una anterior «tribuna», repito un honesto testimonio de su jefe, el teniente coronel Orduña: «Afortunadamente, nosotros estamos en la retaguardia; quienes se lo curran son los boinas verdes y los guardias civiles desplegados en Bangui; ver aquellos campos de refugiados hiela el alma».
Cierto. El campo del aeropuerto ofrece una imagen dantesca al viajero que allí aterriza, pegado a la pista como queriendo absorber cuanto antes la ayuda humanitaria que llega por esa vía. Cobija actualmente unos 38.000 refugiados, aunque en el pico de la crisis llegó a los 100.000; la situación ha ido mejorando, y ahora se estima que el total de los 40 campos que hay en la ciudad puede albergar unos 120.000. Es la consecuencia de la crisis humanitaria creada por el levantamiento a finales de 2012 de la guerrilla musulmana Seleka, respondido por las milicias cristianas «antibalaka» o antimachete a finales del año pasado. Tenemos aún grabadas en nuestras mentes las sangrientas imágenes de aquellos meses.
¿Las consecuencias? Ante un Estado que no puede controlar a estas milicias, aparecerán las violaciones sistemáticas de DDHH, los niños combatientes, el pillaje, la violencia, las masacres, las ejecuciones extrajudiciales, las detenciones arbitrarias, la tortura, la violencia sexual. Mercenarios musulmanes de Sudán, Níger o Chad acudirán al río revuelto del caos y la inestabilidad.
A todo esto pretenden poner orden las Naciones Unidas, que, en una resolución de 5 de diciembre de 2013, preveía un despliegue de hasta 12.000 efectivos, la mitad proporcionados por la Unión Africana. Europa, a instancias de Francia, se adelantó a la lenta maquinaria de la organización. España respondió. La operación «Sangarís», liderada por el general francés Philippe Pontiers, tiene una fuerza de 800 hombres y mujeres sobre el terreno comandada por el general Lion, y como jefe de estado mayor al coronel español Juan José Martín. Multinacionalidad clara: «Comparto mi día a día –dirá el comandante Víctor Mariño– con un alemán, un finlandés y un estonio».
El pasado 1 de junio se completó el despliegue del contingente español formado básicamente por 50 miembros del XIX Grupo de Operaciones Especiales al mando de su teniente coronel Javier Lucas de Soto, 25 efectivos de del Grupo de Acción Rápida de la Guardia Civil (GAR) y otros tantos repartidos en cuarteles generales o apoyando el despliegue. Su misión, asistencia militar, acción directa, escoltas, protección de pasillos humanitarios, gendarmería. La «acción directa» se puso a prueba a finales de junio, una semana después de que el ministro Morenés visitase in situ el despliegue: un convoy de tropas francesas y ruandesas fue atacado por un grupo incontrolado de milicianos. Cuatro vehículos blindados Lince dieron cobertura al convoy utilizando contundentes sus ametralladoras pesadas de 12,70.
Bangui, la ciudad fundada por Francia en 1889, está situada en la orilla norte del río Ubangu, el principal afluente del Congo. Su nombre viene del «bongai», que en Sango, la lengua que domina el 90% de la población, se refieren unos rápidos que forma el río. Importante puerto fluvial, conecta principalmente con el de Brazzaville, en la cercana y fronteriza República Democrática del Congo. Tiempo atrás seducía al visitante haciendo honor a su lema promocional «Bangui la coqueta». Luego, la violencia desatada y el desastre humanitario que trajo consigo cambió esa fama por la de ser una de las ciudades más peligrosas del mundo. Hoy es un polvorín –refieren los destacados– que puede estallar de forma incontrolada.
Aquí tenemos «veraneando» a un centenar de españoles: literas con mosquitera, 90% de humedad; «partidos de fútbol algunos domingos para acercarnos a los barrios», dirá el subteniente Jesús Lamazares. En su visita del pasado 15 de junio, Morenés, a la vez que transmitía uno de los últimos mensajes del Rey Juan Carlos I, les decía: «Aquí estáis representando lo mejor de España». Entiendo bien sus palabras: representáis solidaridad, sacrificio, valores, humanidad. Aparte del drama humanitario, emigraciones descontroladas que arriban a Ceuta o a Lampedusa pueden tener sus raíces en estas inestabilidades. Es decir, nuestros uniformados forman parte del esencial sistema de seguridad español y europeo.
¡Gracias por vuestro esfuerzo, allá en el corazón de África, cerca de los rápidos de Bangui!
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