Martín Prieto
Los santos inocentes
Dios primero confunde a los que quieren perder, y algo habremos hecho mal porque desde Estrasburgo nos tiene en la neblina. El único canonizado en vida de que tengamos noticia fue San Dimas, reconociendo a Cristo, y aún el buen ladrón vio su alma limpia antes de cumplir por expiración su pena romana de cruz. Y aunque le oremos, seguimos teniéndole por afanador de propiedades ajenas. Un cuñado mío argentino, abogado y hoy juez por designio político en la Cámara del Crimen, frecuentaba los juzgados y las Seccionales de la Policía Federal para aliviar a sus clientes de antecedentes y prontuarios policiales. Pero continúas siendo un asesino o un terrorista aunque se quemen los archivos porque la marca de Caín es indeleble. Eso de la confesión de los pecados, el dolor del corazón y el propósito de la enmienda, parecen propios de víctimas de la LOGSE, y basta el cumplimiento recortado de las penas en la pensión completa y gratuita del Estado para emerger renacido de las aguas de ese Jordán. Se sufre mucho en las cárceles. Sin necesidad de recordar lo que padecieron y padecen los asesinados y los mutilados, y sus parientes, se puede también advertir el dolor de tantos inocentes que viven extramuros. Las responsabilidades morales y sus consecuencias semánticas no prescriben ni con el óbito y sólo las redime una larga vida de santidad. Un ser humano es lo que es, pero también lo que pudo ser y no fue, y sus deudos nunca podrán llenar en sus vidas el vacío de ese paréntesis truncado. Así la cadena perpetua se reserva para las víctimas. Del terrorismo ya no recordamos cuando los velorios se hacían a puerta cerrada y se sacaban los féretros por las traseras. Hubo que esperar a Aznar para reunir a las víctimas en el Congreso y rendirles público reconocimiento. En democracia no hemos tenido otro colectivo más desasistido y hasta reprobado como rencoroso ariete al servicio de la derecha. Son muchos los que no han matado pero no han tenido caridad. Los de ayer sí que fueron los santos inocentes.
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