Irene Villa
Madres
Permítanme que haga hoy, con motivo del gran día que mañana celebramos, un pequeño homenaje a todas las madres del mundo. Y no porque yo lo sea desde hace casi diez meses, sino por todo lo que le debo yo a la mía. Cierto que ambos, el padre y la madre, tienen un papel esencial, nos muestran la importancia de conseguir cosas en la vida, de no desesperar ante el fracaso, nos enseñan a convertir el amor familiar en motor de vida y lo principal: a amarnos, que es la base de todo. Su amor es incondicional e impagable. Centrándonos en la madre, hay que reconocer que el instinto maternal, o como lo queramos llamar, multiplica ese amor de tal forma que todo lo que tenga que hacer o dejar de hacer por un hijo, lo hace de corazón. Quienes no tienen hijos hablan de ellos como una carga por la que sacrificar muchas cosas, sin embargo para una madre jamás supondrá sacrificio alguno dedicarles su vida entera. Un poderoso vínculo afectivo ayudará a superar cualquier reto o circunstancia vital, y no me refiero a que los nueve meses de cordón umbilical influyan decisivamente, porque no creo que haga falta parir para ser madre. Respeto, amor, comprensión... es lo mínimo que podemos devolver, y por supuesto tratar de evitar siempre provocar lágrimas a quien nos ha regalado sus mejores sonrisas. Porque si es increíble el dolor que puede llegar a soportar una madre estoicamente, es mucho más intenso e inimaginable el poder de superación que tienen la capacidad de transmitirnos. Doy fe.
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