Cristina López Schlichting
Madrid, o la mamarrachada
No hay derecho a que un ayuntamiento de una capital europea tenga como responsable de Economía y Hacienda a un partidario del mito del buen salvaje, un tipo con camisa negra que sale a explicar, con voz de maestro afónico, que su propósito es saltarse la ley. Pensemos que por Madrid pasan técnicos de la UE, catedráticos de las mejores universidades, economistas de primer nivel ¿qué necesidad hay de que nos avergüence a los españoles Carlos Sánchez Mato, el concejal de Ahora Madrid en el gobierno de Carmena?
El caballero presentó hace tres semanas un Plan Económico Financiero aprobado en el último momento, en el último día de plazo y sin voto alguno favorable de la oposición. Pretendía partir otro año de los 234 millones de más que la capital gastó el año pasado. El concejal apuesta por comprar edificios y aplicar políticas sociales sin ahorrar de otros lados y sin tener en cuenta que no está solo en el universo, sino que forma parte de una nación a la que afectan sus comportamientos. Y, por supuesto, que está sometido como todos a la Ley de Estabilidad.
No me extraña que las cuentas de Madrid hayan sido intervenidas por Hacienda, lo que me extraña es que Sánchez Mato plantease un Plan rechazado dos veces por Montoro. Las normas, el sistema, se pueden cambiar por los mecanismos previstos, pero no conculcarse. En la medida que este comportamiento se generaliza, se hace más y más difícil la convivencia. Aún resta lo suficiente del estado de derecho como para que no nos enfrentemos por las calles, pero me pregunto cuánto infantilismo puede soportar una sociedad.
En Madrid ha pasado de forma embrionaria lo que en Cataluña lleva pasando mucho tiempo y nos ha llevado a la proclamación unilateral de la secesión. El que todo esto no haya desembocado en desórdenes públicos graves se debe tan sólo a que la misma debilidad intelectual que lleva a despreciar la ley, lleva también a relativizar la rebelión: por eso los mismos partidos que han intentado romper España participan sin rebozo en la campaña electoral de las autonómicas «españolas».
La nueva generación integrada por anticapitalistas, podemitas e independentistas comparte la convicción rousseauniana de la perversión social que destruye al hombre bueno por naturaleza. También la idea de que el mundo se puede componer ex novo, sin raíces ni cuentas pendientes con el pasado. Como si la Historia no existiese. Esta gente se levanta por las mañanas, se mira al espejo y se dice: «Hoy toca cambiar mi país» y, hala, se dispone a independizarse o a tomar por la calle de en medio de las finanzas municipales. El sabotaje de trenes y comunicaciones en Cataluña nos demuestra hasta qué punto el antisistema se siente dueño exclusivo de la realidad que comparte con otros. Luego, claro está, se topan con Hacienda o con los antidisturbios o el Tribunal Constitucional. Y no se explican qué ha pasado.
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