César Vidal
Malaparte y el golpe de Estado
Aunque la Historia está totalmente pespunteada de golpes de Estado, en Occidente parece que hemos llegado a la conclusión de que semejante circunstancia no pasa de ser un aspecto del pasado que, felizmente, no volverá. Leí por primera vez «Técnica del golpe de Estado» de Curzio Malaparte cuando era un simple estudiante de Derecho. Con un 23-F recién pasado, su lectura verdaderamente me apasionó y me convenció de que dar un golpe de Estado resulta bastante más sencillo de lo que parece, y de que el éxito que han tenido contra regímenes teóricamente consolidados son una buena prueba de ello. Los golpistas, a izquierdas y a derechas, siempre han sido sujetos sin escrúpulos y convencidos de que no tienen nada que perder.
Asaltar una incipiente democracia en Rusia (Trotsky) o encaramarse sobre una monarquía parlamentaria en Italia (Mussolini) les ha dado lo mismo por la sencilla razón de que estaban convencidos de que subvertir el sistema estaba justificado. Para alcanzar la victoria en sus intenciones –para seguir la técnica del éxito– se necesita, por encima de todo, una decisión de la que carezca el adversario. Si se está dispuesto a golpear los símbolos políticos de las instituciones con despectiva dureza; si no se hacen ascos al uso de la violencia dosificada y si enfrente no existe una firme resolución de estar dispuesto a resistir el embate con la mayor energía que sea posible, el golpe puede triunfar digamos que con una relativa rapidez. Las lecciones contenidas en el libro de Malaparte no son una mera reflexión histórica. Por el contrario, constituyen un análisis más que realista y actual de la fragilidad de las instituciones cuando una población ha caído en el cansancio y la apatía y las fuerzas del orden se ven limitadas en el ejercicio de su deber por los prejuicios de los políticos. A decir verdad, lo que pueda pasar ante el Congreso en las próximas horas va a constituir una verificación obvia de si funciona todavía la técnica del golpe de Estado.
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