Cristina López Schlichting

Manolita Chen

Yo no sabía que Manolita Chen, la del circo, realmente había emparentado con un chino que fue el origen de la colonia española. «Me encantaba cómo besaba», confesó. El mozo en cuestión se llamaba Cheng Tse-Ping y en los años 20 se vio arrojado a Europa por avatares de la Revolución Cultural. Pese a ser de excelente familia, descubrió que tenía un don lanzando cuchillos y fundó una compañía circense que se hizo famosa en nuestro continente. Tse-Ping era muy certero, pero como nadie es perfecto, acabó ensartando a su mujer, una bailarina alemana llamada Charlotte Wilsenfaher. Ya viudo y en España, conquistó el corazón de Manuela Fernández Pérez, mucho más joven, que no dudó en adoptar el apellido hispanizado del marido y cambiar de vida, como Bárbara Rey haría años más tarde con Ángel Cristo (¿qué tendrán estos hombres que manejan látigos o espadas?). La cosa es que Manolita, ibérica y despabilada ella, impulsó el circo, sacó muslo para ponerle picante e hizo del espectáculo una referencia nacional que pobló la infancia de nuestros padres. Fue un sobrino de Cheng Tse-Ping quien montó en Madrid en 1975 el primer restaurante chino de España, La Gran Muralla, que todavía existe. Este Chen Diguang resultó ser un empresario bárbaro, que llegó a tener 15 establecimientos e inventó el menú chino-español, cien platos de ingredientes que «parecían chinos» –como el pollo con almendras, el arroz tres delicias o los rollitos de primavera– pero que respondían al gusto nacional por los fritos o las ensaladas (que no existen en China). La deliciosa y desconocida historia que les acabo de contar no es fruto de mis investigaciones, sino de las de Ángel Villarino, autor del libro «Qué pasa con los chinos cuando mueren», de la editorial Debate. En estos días de «operación emperador», no puedo sino recomendar muy enfáticamente este texto, fruto de dos años de pesquisas, que revela los apasionantes detalles de la vida de los chinos en España. Desde la época de los restaurantes, pasando por los «todo a cien» y la confección, hasta llegar a la importación masiva del Cobo Calleja de nuestros días, el libro de Villarino revela aspectos inauditos que nos permiten entender mejor a estos vecinos amarillos que se están comiendo el mundo. Apoyados en préstamos de parientes, aupados por mafias que los traen con papeles falsos y durmiendo bajo el mostrador, están dispuestos a trabajar catorce horas diarias para devolver sus préstamos y aspirar al traspaso de un local. Imprescindible texto en los días que corren.