Cine

Alfonso Ussía

Maravillosssa

La Razón
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Me encantó la Gala de los Goya. No la vi. En los periódicos he visto alguna que otra fotografía. Tuvo que resultar impresionante. De haberse publicado el reportaje gráfico del pasado año, pocos lectores se habrían apercibido de la chapuza. Para mí, que la reivindicación de las actrices se me antoja justa y equilibrada. No obstante, ya es hora de cambiar el nombre de los premios y las cabezotas que se conceden. Goya no pertenecía al mundo del cine. Y para colmo, era varón. Francisco, Paco para los amigos, Curro en Sevilla, Pachi en San Sebastián, Faco en Galicia, Francesc en Tabarnia y Tractoria. Fue un genio universal, pintor, dibujante, grabador y taurino. Como Picasso. Pero de cine, nada de nada. Creo que los Goya harían bien en rendirse a la igualdad de género. Pilar Miró fue mujer y una grandísima directora de cine. Y si la igualdad es lo que impera, nadie mejor que Clara Campoamor para protagonizar el cambio. Goya fue machista, y se acostaba con sus modelos, incluidas las duquesas. Por otra parte, si los premios llevaran el nombre de Clara Campoamor, serían los Campoamor, y todos quedarían satisfechos. Ellas, por la heroína de la igualdad, y ellos por el poeta. Regalo la idea sin el menor interés crematístico.

Tampoco me interesan los «Oscar» de Hollywood. Pero tienen algo más. El original aventaja siempre a las imitaciones. Los premios cinematográficos tienen una característica especial. La contemplación dichosa del ombligo. Un ombligo sin sexo, es decir, ni ombligo ni ombliga, ombligue, pero símbolo de la expansión limitada de ese mundillo tan simpático. Los «Oscar» son al Nobel lo que los «Goya» a los Juegos Florales de Arroyo de la Miel, meritorios pero no universales. Por otra parte, el cine se va a quedar sin actores. En los Estados Unidos la relación de acosadores comienza a ser preocupante. En España las actrices han sido mucho más discretas, y nadie ha sido vetado todavía. Claro, que confundir el acoso con la galantería o la agresión con el piropo, o el abuso con una mano sobre la rodilla, es algo que tenemos, entre todos, el deber de valorar con firmeza y medida. Y sobre todo, en su momento, no con veinte años de retraso.

Doña Clara Campoamor, diputada del Partido Radical en las Cortes Constituyentes de la Segunda República fue la más ardiente defensora en el Congreso del voto femenino. Al cabo de los años su nombre cayó en el olvido por haberse negado a pertenecer a movimientos feministas exagerados. Pero las mujeres españolas le deben el primer paso hacia la justa igualdad. Nada menos que la igualdad en el voto democrático. Y don Ramón de Campoamor, fue un poeta fértil e ingenioso, dueño de una facilidad para escribir versos que la crítica envidiosa no perdonó jamás. Académico y sentencioso, conocedor del lenguaje poético, amado por Cernuda y vituperado por Azorín. El más importante teatro de Asturias lleva su nombre, el «Campoamor» de Oviedo. Si los premios, a partir de ahora, asumen el cambio y pasan a denominarse «Campoamor», los campoamor, se restablecerá la justicia y la gloria de Goya se verá liberada de las frivolidades gremiales de un sector al que sólo le interesa su autoadoración.

Hoy hay que cogérsela con papel de fumar o atar a siete moscas por el rabo antes de emitir una opinión que pueda irritar al feminismo profesional. El gran Groucho Marx no fue un acosador, pero sus opiniones de algunas películas serían actualmente intolerables. Como la de «Sansón y Dalila»: «No puedes esperar que el público se interese por una película en la que las tetas del protagonista, Víctor Mature, son más grandes que las de la primera actriz, Hedy Lamarr».

En fin, que cautela y optimismo. Lo mejor de los «Goya», y a su lado Hollywood nada puede hacer, es el estalinismo con esmoquin. Una vez al año, la higiene no hace daño. No pude ver la Gala, pero me encantó.