Alfonso Ussía

Mary Poppins y Griñán

Mary Poppins y Griñán
Mary Poppins y Griñánlarazon

Griñán ha decidido expropiar a los bancos pisos y viviendas vacías para los desahuciados. Le sucede lo mismo que a la chica de los Colau. Que en siete años no se ha enterado de que más del 90 por ciento de los procedimientos de desahucios se principiaron y ejecutaron en tiempos del Gobierno de Zapatero, según ha confirmado el Banco de España. Lo que pretende Griñán es robar a los bancos sus propiedades. Para colmo, a esos mismos bancos les debe Griñán casi 500 millones de euros, y a mí la cabeza, manejando estos datos, se me enrosca como una ensaimada o el peinado de Anasagasti. Todo se sostiene en la más elemental simpleza.

Griñán conoce la verdad, pero no esa multitud de sectarios que defienden la violencia del acoso y creen que los bancos son de unos pocos millonarios afortunados. Los grandes bancos pertenecen a cientos de miles de accionistas, de ahorradores que han depositado en esas entidades los beneficios de toda una vida laboral porque la gestión de los grandes bancos les garantiza la tranquilidad. Griñán, adueñándose de bienes ajenos por un afán demagógico casi circense, no se apodera de lo que pertenece a Emilio Botín o Francisco González. Se adueña de la propiedad de centenares de miles de accionistas, que exigirán en su momento, con sobrada razón a los administradores de los bancos de los que son partícipes, que el dinero prestado haya sido devuelto. En España, y ahí las inmobiliarias –la madre de Ada Colau es asesora de una de ellas–, y las entidades financieras han ofertado viviendas y facilidades hipotecarias con una fluidez pasmosa. Personas que ganaban mil quinientos euros mensuales se comprometieron a pagar mensualmente pisos que costaban trescientos mil. Esa financiación no se la concedían los presidentes ni los miembros del Consejo de Administración de los bancos, sino sus accionistas, muchos de ellos, jubilados y modestísimos. Y el reclamo de la deuda no es un acto de maldad insolidaria de los responsables de los bancos, sino una obligación contraída con quienes confían en el funcionamiento preciso y justo del mercado libre. Yo le presto, usted no me devuelve, y por ello, me quedo con lo que ha comprado con mi dinero. Así de claro.

Se dan casos humanos, o más bien, inhumanos, de una crudeza escalofriante. Pero no todos los desahuciados son víctimas inocentes. Me parece no sólo adecuado, sino urgente, la creación de un ente administrativo que ampare a los que, en verdad, son víctimas de la situación. Pero también se dan casos de personas que no pagan porque no quieren asumir sus obligaciones previamente contraídas. Una parte de la izquierda española, la más elemental y sencilla intelectualmente, cree que los banqueros son los de la película «Mary Poppins». Unos seres abyectos, fríos y sin escrúpulos que sólo piensan en enriquecerse a costa de los demás. Los hay, los hubo, y los habrá. Pero el banquero, ante todo, es el administrador de los bienes de centenares de miles de clientes que confían en ellos para que el valor de sus acciones aumente, o como poco, se mantenga en los límites de su inversión. Ha habido banqueros sin fronteras éticas ni límites de avaricia. Y algunos no han pagado ante la sociedad sus probados delitos. Pero la acción de expropiar a los bancos bienes que han compensado la realidad de los impagos se me antoja una frivolidad folclórica soviética. Más aún, cuando el expropiador es el que más debe a los bancos, y en este caso concreto, a los trabajadores andaluces con sus ERE fraudulentos.

Los grandes bancos son de sus accionistas. Gente de la calle, ahorradores, pueblo. «Mary Poppins» es una película, muy mala, por cierto.