Iñaki Zaragüeta

Mas no estuvo a la altura

Da igual. Artur Mas da la impresión de no distinguir entre Moisés y Alonso Quijano, más conocido como Don Quijote. Imagino que mezcla las dos figuras sin diferenciar que el primero, efectivamente, condujo a su pueblo a la Tierra de Promisión, mientras que el segundo no pasó de servir como protagonista para la obra más importante, probablemente, de la Literatura Universal, pero que ni pudo instalar a Sancho Panza de gobernador en la ínsula Barataria, ni venció a los gigantes, ni Dulcinea le correspondió como merecía su ferviente amor.

El presidente catalán se parece, cada día más, al gran personaje de Cervantes. Cegado por su ambición onírica, ha decidido perder hasta las formas que el cargo institucional le obliga. Ese salto al vacío le ha desconectado de la realidad, hasta el punto de creerse superior a lo que le rodea. No le importa que no le reciban los presidentes y jefes de Estado como pretende. Él «erre que erre» se siente «primus inter pares» (primero de entre sus iguales), pero de los iguales más altos, aunque no le corresponda.

Toda esta empanada –¿correrá el riesgo de convertirse en enfermedad?– ha provocado su comportamiento incomprensible y, como titulaba ayer nuestro editorial, intolerable con la vicepresidenta del Gobierno de España y con el empresariado de su propia tierra, ése que a goteo irá enseñándole que es catalán y español. Prefirió la afrenta a todo y a todos a consentir la imposición protocolaria. Evidentemente, no estuvo a la altura de la honorabilidad de su título. Le vendría bien ojear el Antiguo Testamento: «Donde hay soberbia, allí habrá ignorancia; mas donde hay humildad, habrá sabiduría». Así es la vida.