Agustín de Grado

Mascarada sindical

Mascarada sindical
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La escena es memorable. Madrid, febrero de 2011. Michael Sommer, líder de los sindicatos alemanes, frente al micrófono. Con Cándido Méndez a la derecha y Toxo a su izquierda. «Estoy orgulloso de poder decir -afirma- que nuestra financiación proviene exclusivamente, subrayo exclusivamente, de las contribuciones de nuestros afiliados. Somos independientes de cualquier partido político o institución». Los nuestros no saben cómo ocultar su sonrojo. Llevan siete años de compadreo con Zapatero. El presidente, éste sin sonrojo alguno, les había reclamado en público: «Necesito vuestro cariño». ¡Y vaya si se lo ofrecieron! Por afinidad ideológica... y porque un Zapatero generoso les llenó el estómago de sabrosas subvenciones para adormecer cualquier tentación de protesta.

El sindicalismo es una actividad imprescindible en una sociedad democrática. Su ejercicio responsable permitió a CC OO y UGT jugar un papel importante en la transición de España a la democracia. Hoy, los dos grandes sindicatos han pervertido su función social. Y así, no sirven. La prosperidad económica los dejó sin clase por la que luchar y se han quedado defendiendo los intereses de una casta privilegiada que siempre actúa como mamporrera de la misma opción política. Por eso han arruinado su credibilidad. Es el resultado de años de incoherencia obscena. Critican hoy a los gestores financieros cuando se lo han llevado crudo participando en sus consejos de administración. Protestan por la reforma laboral y se acogen a ella para despedir con 20 días de indemnización a sus empleados. Exigen un referéndum sobre los recortes, pero nunca lo aceptarían sobre su modelo de financiación. Y lo que nadie olvida, por muchas huelgas generales que ahora convoquen: callaron cuando quien gobernaba no era Rajoy y abrevaban al calor de una administración que colmaba su pesebre con el dinero de todos mientras conducía a España a la ruina.