Cástor Díaz Barrado
Mayor incertidumbre
Lo que aconteció en Grecia hace algunos años activó todas las alarmas en el seno de la Unión Europea. El país heleno se constituyó en la expresión de la crisis económica que azotaba al planeta y que, en particular, se dejaba sentir con virulencia en el continente europeo. Desde entonces, las autoridades de Atenas no han sido capaces de contener los efectos más perversos de la crisis ni han sabido, tampoco, asegurar la estabilidad política que diera cobertura a las medidas que se estaban adoptando para hacerle frente. La Unión Europea, también al hilo de lo que sucedía en Grecia, aceleró el proceso de reformas y adoptó medidas de estabilidad financiera. La sociedad griega ha venido padeciendo, desde entonces, los efectos de las políticas de austeridad y se ha producido, en consecuencia, un profundo desencanto social debido al empobrecimiento de la población. El camino recorrido tanto por Grecia como por la Unión Europea ha dado sus frutos, discutibles, pero ha supuesto una cierta estabilidad en los mercados y un avance, muchas veces poco perceptible, de la situación económica. Pero se trata tan sólo de un modelo específico para afrontar la crisis y sus consecuencias y así no han faltado voces que, desde hace tiempo, vienen preconizando que las medidas de austeridad no sólo son ineficaces sino, también, contraproducentes para reactivar la economía y con un coste social inasumible. Se acaban de convocar para enero nuevas elecciones en Grecia y es posible que el partido de la izquierda Syriza alcance el poder y pueda formar gobierno. El modelo para combatir la crisis y recuperar la confianza que propone el líder de esta formación, Alexis Tsipras, nada tiene que ver con las medidas de austeridad y pone en cuestión, incluso, aspectos que se consideran básicos del sistema financiero actual, como son las cuestiones relativas al pago, negociación, reestructuración o impago de las deudas. Si, finalmente, Syriza gobierna en Grecia tendremos la oportunidad de comprobar si son realistas las propuestas de enfrentar, de otra manera, la situación política y económica que vive la Unión Europea. Lo que no debe suceder, en ningún caso, es que haya una vuelta al soberanismo y que, la instauración de nuevos modelos para asegurar el bienestar, traigan consigo una pérdida considerable de los componentes de integración que habitan en Europa. Está demostrado históricamente que la defensa a ultranza de la soberanía y el nacionalismo empobrecen y que sólo una unión, cada vez más profunda, entre los europeos garantizaría que siguiéramos siendo el espacio del planeta donde hay más prosperidad. Pero no sólo es una cuestión económica. Es sobre todo un modelo político de convivencia.
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