Río 2016

«Mecagüen»

La Razón
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Qué bonitos son los Juegos Olímpicos, de verdá. O son Olimpíadas. Ay, yo es que no sé. Qué lío tenemos en general. Desde que vamos a los gimnasios baratos es que ya nos creemos lo que no somos. Yo voy a un gimnasio barato y hago Pilates. Ojo, Pilates. Y ya puedo opinar de Mireia Belmonte sin problema.

Mireia ha ganado lo que no está en los escritos y ha llorado lo que no está en los escritos mientras la bandera española se izaba en Brasil y todos nosotros hemos respirado tranquilos porque pensamos que esto es lo que merecíamos. El Olimpismo es así, muchachos. Aquí se trata de desdeñar cualquier deporte y, cuando llegan cada cuatro años estos momenticos, es que nos viene una fiebre, una fervorosa pasión, una entrega de sofá y cerveza, que sólo los igualan el Tour de Francia y las películas de barcos piratas.

Y ahí estamos nosotros, con barriga de bar infame, con baba de siesta larga, con esa especie de aliento de gazpacho cargado de ajo hablando de lo que han hecho nuestros deportistas. Un aliento que no lo quita ni la madre que lo parió, pero ahí queda. «Hombre, yo creo que el Bronce de Mireia debería ser un Oro». «Y el Oro era lo mínimo, qué coño».

Y ahí, con esa barriga infame, se da la vuelta el español y se olvida durante cuatro años de los deportistas que practican cualquier cosa que no sea fútbol. Y cuando acabe esto, leerá los periódicos y renegará de nuestros representantes. «Posible medalla en Tiro con Arco». «En Baloncesto somos favoritos». «La de Judo tiene opciones». Y cuando todo eso no pase, cuando todas esas medallas no lleguen, cuando el español en su apartamento dará una charla al vecindario. «Vaya petardo hemos dado en gimnasia rítmica». Y sacará una cerveza tostada, y creerá que es un sibarita. Qué bueno es hacer deporte y qué asco dan los deportistas, ¿no?