Alfonso Merlos
Mejor con España
Verdades y gordas. Sin duda. Las que ha apuntado el señor Rosell pero –no nos engañemos– las que están en definitiva, y desde hace demasiado tiempo, a la vista de todos los españoles. Empezando por la primera: que no es que el proceso de independencia se haya instituido en una aventura extremadamente arriesgada, próxima al suicidio y por tanto catastrófica, es que la propia gestión que se ha hecho de un lustro a esta parte para arribar a la penosa plaza en la que hemos terminado ha sido desastrosa. Sin paliativos. En efecto, esto no ha sido simplemente cosa del señor Mas. No es imputable al 100% a los actuales y desquiciados dirigentes de CiU. Es el resultado de una forma de gestionar las cuentas que ya aquel infausto tripartito comandado por los socialistas pero propulsado por la Esquerra probó que terminaba en la ruina financiera. Es así. Cuando uno pone toda la pasta en el asador del nacionalismo populista, cuando se entrega a la agitación y la propaganda (¡ay, el riego por inundación a las embajadas!), cuando ese uno pliega camas de hospitales, cierra quirófanos o perpetúa barracones en los colegios, está sembrando el colapso y colocando en alta mar, con riesgo seguro de naufragio, el interés general.
¿Alguien lo duda? Cataluña ha podido hacer frente a sus pagos y necesidades de financiación por la ayuda de España. Le ha ido mejor gracias a que una nación entera –de los Pirineos a Tarifa y más– ha taponado las vías de agua del castigado casco de la barcaza soberanista. Pero ya decía el maestro Quevedo que «pocas veces quien recibe lo que no merece, agradece lo que recibe». ¿O no?
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