Alfonso Ussía
Memoria de Luis
Desordenando ordenadamente mi biblioteca norteña ,me topo con una joya perdida. El romancero de Luis Sánchez Polack, «Tip». Luis era, y muchos lo ignoran, mucho más culto e ilustrado que su compañero de escena José Luis Coll. Tenía una gran preceptiva literaria y escribía unos versos llenos de gracia y perfectos en su métrica. «Duérmete, niño mío/ que viene el CCOO/ y catiga al patrono/ que paga poco». Con Luis, Antonio Mingote y Antonio Ozores, viví y disfruté, gracias a Luis Del Olmo, aquellos tiempos insuperables del «Debate del Estado de la Nación». Viajamos en cierta ocasión a Barcelona. Junto al arco detector de metales de Barajas, imponía la presencia de un fortachón guardia civil con aspecto decimonónico. Un tupido bigote custodiaba su labio superior. Al paso de «Tip», sonó el chivato de la máquina, y el guardia civil le invitó a dejar en la bandeja toda suerte de objetos y pasar de nuevo bajo el arco: «Lo que usted ordene, buena mujer», le dijo «Tip». Por fortuna, el guardia civil lo había reconocido y en lugar de detenerlo soltó una carcajada que contagió al resto de los viajeros. Luis, los dos Antonios y este menda, tomábamos el aperitivo, finalizado el programa, en un bar de la calle Pintor Rosales. En aquel breve trayecto que separaba los estudios de Onda Cero del bar, sucedieron muchas cosas. Un mediodía, en la puerta del bar pedía un pobre limosna. «Tip» le invitó a compartir el aperitivo. Pagó el pobre.
Otra mañana, al pasar junto al quiosco de prensa, solicitó un ejemplar del «Frankfurter Allgemeine». El quiosquero no lo creía. Obtuvo el ejemplar, abonó el periódico y muy pinturero él –Luis era muy pinturero en los andares–, lo enrolló y se lo acopló bajo el brazo. El hombre del quiosco no esperaba esa compra y miraba atónito al comprador. «No sé alemán –le dijo ''Tip''–, sólo es para hacer el crucigrama». Me habían avisado del Ministerio del Interior de una alarmante frecuencia de datos personales referentes a mi humilde ser en documentos encontrados en «zulos» de la ETA. Paseábamos de izquierda a derecha Antonio Mingote, el que escribe, Luis y Antonio Ozores. A «Tip» le extrañó aquel día la presencia de dos extraños que nos seguían. Ozores se lo aclaró. «Ya sabes, policías, que Alfonso no para de atizar a la ETA y parece ser que está señalado». Silencio de «Tip». Un minuto más tarde, al comprobarme andando a su lado, Luis le preguntó a Ozores: «Oye, Antoñito, ¿los de la ETA tienen puntería?».
En aquel programa milagroso que inventó y sostuvo Luis Del Olmo, concedíamos todas las semanas un premio «El Más Bonito que un San Luis» a las personalidades que lo merecían por su trayectoria o alguna acción relevante. Acudieron a recogerlo al programa Don Juan De Borbón, el Rey, Felipe González, Josep Tarradellas y Plácido Domingo, entre otros. Una semana coincidimos en concedérselo a la Reina por sus trabajos en fundaciones benéficas. Y la Reina lo aceptó con la condición de que se lo entregáramos en el Palacio de La Zarzuela. «Tip» se esquinó un poco con aquel detalle que rompía con la tradición. Los componentes del «Estado de la Nación», con Luis Del Olmo a la cabeza, respetamos siempre un pacto no escrito. Cuando «Tip» hablaba, nadie lo interrumpía. La Reina Sofía nos recibió con todo cariño y recibió el premio, que consistía en un precioso diploma dibujado por el genio de Mingote con un marco de plata. Al despedirnos, «Tip» se dirigió a la Reina: «Señora, estos no se atreven a decírselo. Por culpa de la situación económica y de lo mal que nos paga Luis Del Olmo, tenemos sólo un marco de plata para entregar el premio cada semana. Y nos lo tiene que devolver, a no ser que nos lo compre por dos mil pesetas». La Reina no entendía nada. Nosotros, escrita sea la verdad, tampoco. Y Doña Sofía se volvió al Ayudante de Campo, el entonces Capitán de Fragata Artal, que inmediatamente encontró en sus bolsillos un billete naranja de dos mil pesetas –el «Marianito»–, y se lo ofreció a «Tip», el cual lo tomó inmediatamente, sin rechistar. Y al abandonar el Palacio de la Zarzuela, a la altura de Somontes, «Tip» ordenó al taxista que nos llevara a «Casa Sixto», en la calle de Ortega y Gasset, donde tomamos el aperitivo invitados por la Reina de España.
Son recuerdos de un personaje maravilloso, cuyo libro de romances, que creía perdido, se me ha aparecido hoy en mi biblioteca nortena mientras, desordenadamente la ordenaba. Desde que se fue de este mundo, el otro, el de Dios, es más ingenioso, divertido y alegre.
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